La última palabra
Política 26/11/2019 05:00 am         


Por Carlos A. Romero: Cómo van creciendo unas variables que contribuyen a la erosión de la democracia y en donde la libertad va cediendo sus espacios a favor de lo casual



Carlos A. Romero

La confusa situación de América Latina y el Caribe sugiere repensar las premisas que por un tiempo han evaluado el comportamiento democrático de varios de sus casos. Hay dos elementos centrales que hoy están a la vista: en primer lugar, que las fuerzas armadas asumen de nuevo su papel de fiel de la balanza ante las sostenidas fricciones entre la protesta social y las instituciones. Y en segundo término, que las mayorías quieren un cambio estructural.

En Bolivia y Venezuela, de una manera más comprometida, y en Chile, Haití, Ecuador y Perú con un estilo menos directo, la institución castrense se ha convertido en la última palabra para iniciar un cambio de régimen o para sostenerlo. De igual modo, una coalición de estudiantes, trabajadores, marginados y religiosos piden a gritos que se transforme un sistema político que para muchos se ha estancado y ha estado protegido por intereses particulares. 

De ahí que la resistencia al cambio se contrapone a quienes bajo cualquier modo aspiran a mover sus sociedades. De lo que se trata no es de analizar con objetividad la disputa por el poder. Ella ha existido desde la Independencia. Lo interesante es determinar cuáles son los instrumentos utilizados en la actual coyuntura.

Estos son las nuevas hiper-realidades de las redes sociales, el crecimiento de los movimientos evangélicos, las coaliciones políticas circunstanciales, la utilización de elementos demagógicos y sobre todo, algo que bajo ningún modo se debe respaldar: el crecimiento de una violencia callejera que lleva a la anarquía y a una polarización total.

A partir de la constatación de estos procesos, cabe destacar cómo van creciendo unas variables que contribuyen a la erosión de la democracia y en donde la libertad va cediendo sus espacios a favor de lo casual; y por qué no decirlo, de las parodias políticas, todo lo cual atenta en contra de la racionalidad, la convivencia y la tolerancia entre los ciudadanos.








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