La Tragedia del Caribe: invasiones y tiranías
Política 15/12/2019 07:00 am         


En 1947 se intentó el derrocamiento de Trujillo con una invasión estimulada por los presidentes Grau San Martín, Juan José Arévalo y Rómulo Betancourt



En 1947 se intentó el derrocamiento de Trujillo con una invasión estimulada por los presidentes Grau San Martín, Juan José Arévalo y Rómulo Betancourt. En esos mismos días, con la ayuda del dictador dominicano, López Contreras preparaba una acción parecida contra Venezuela. El plan fracasado devino en la conformación de la llamada Legión del Caribe y en ese escenario hizo sus primeras armas el joven Fidel Castro

Aquella tarde de 1947 en la terraza del hotel San Luis en La Habana, Juan Rodríguez García, Ángel Morales, Miguel Ángel Rodríguez, Juan Isidro Jiménez Grullón y Leovigildo Cuello revisan cuidadosamente los últimos detalles del plan militar. Desde tres años antes se venían tejiendo los hilos de la conspiración. Cientos de exiliados dominicanos con el apoyo del gobierno de Grau San Martín, se proponían juntar hombres y armas para una expedición que derrocara a Rafael Leonidas Trujillo. El dictador personificaba desde 1930 uno de los regímenes más tenebrosos en la cruenta historia del Caribe y la horrible matanza de haitianos en 1937 conmovió a la opinión mundial. Sus opositores eran perseguidos, torturados con refinado sadismo o simplemente desaparecidos y promovió el culto al “jefe”, al extremo de cambiarle el nombre a la ciudad de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo. Su exaltación creó una feroz competencia de adulación y servilismo entre sus hombres de confianza. La universidad de Santo Domingo acordó concederle el título de Doctor Honoris Causa y el Congreso consideraba una moción para declararlo como presidente vitalicio. El 11 de enero de cada año, se consagró como el “Día del Benefactor” en agradecimiento a la reconstrucción de la capital, devastada por el Ciclón de San Zenón. Diferentes decretos cambiaron el nombre de las ciudades, parques, calles y edificios por el suyo o por uno de los generosos títulos conferidos a los miembros más cercanos de la familia. Como parte de la veneración se organizaban actos, fiestas, desfiles, misas, mitines, veladas, ferias, al tiempo que florecían las estatuas en toda la isla. En 1936 fue postulado al Premio Nóbel de la Paz y mientras tanto, comenzó a conocérsele como “Chapita”. Su secretario privado, José Almoina, explica el curioso sobrenombre: “cuentan los que conocieron a esta avorazada familia, que como Rafael no estuviese aún ducho en lo de robar ganado, merodeaba por las calles de San Cristóbal afanando cuanto podía, como ser medallas, cadenitas, relojes, etc. Toda esa prendería menuda la entregaba en su casa y cuando su madre le preguntaba: “¿Qué traes ahí?” él contestaba: “Chapitas”. De donde vino que lo apodaran “Chapita”.

Los conspiradores organizan una invasión que encabezaría el luchador y novelista Juan Bosch y el riesgo lo asumen también tres de las principales figuras de los “grupos de acción” que administraban la violencia en Cuba desde 1933: Manolo Castro, Rolando Masferrer y Eufemio Fernández. Cientos de voluntarios inician sus entrenamientos en Cayo Confites, un luminoso islote frente a Camagüey. Era un proyecto ambicioso, calculado y que contaba con suficientes recursos. En la aventura se comprometen los gobiernos de Juan José Arévalo de Guatemala y Rómulo Betancourt de Venezuela, además del gobernante cubano. Cierto día, después de recorrer mil kilómetros, un joven alucinado por “Mi Lucha” de Hitler se presenta ante los jefes de la conjura para poner a la orden su rebeldía: se llamaba Fidel Castro Ruz. 


Fidel Castro

Sin embargo, no era posible ocultar por mucho tiempo los ajetreos de la guerra y el número de hombres que llegaban a aquel paraje solitario, de arrecifes y aguas cristalinas. El jefe del ejército, Genovevo Pérez Dámera, colaboraba sospechosamente en los preparativos. A los días, periódicos de Miami publican reportajes que muestran a los futuros invasores y los transportes militares que facilitan su ingreso al campamento. Trujillo disponía ya de un eficiente servicio de inteligencia y sus sicarios se movían tras los pasos de sus enemigos en el Caribe y Centroamérica, con la orientación de Pedro Estrada, futuro jefe de la Seguridad Nacional de Marcos Pérez Jiménez El dictador denunció el plan conspirativo; planteó la amenaza al presidente Truman y, como consecuencia, Estados Unidos bloqueó la venta de armamento al grupo subversivo. Comenzó entonces a complicarse la logística. Dos cargueros, el Aurora y el Bertha, habrían de transportar a los expedicionarios que disponían además del apoyo aéreo de dos bombarderos Lockhead Vega Ventura, dos Cesnas C-78, dos Douglas C-47 y Bombarderos B-24. Ya en el verano de 1947, mil trescientos hombres, de los cuales sólo cuatrocientos eran dominicanos, culminan sudorosos el adiestramiento.

Manolo Castro y Eufemio Fernández son llamados a Caracas por Betancourt, permanecen tres días en el hotel Majestic y los recibe José Agustín Catalá, director de la Imprenta Nacional. Celebran varias reuniones con Betancourt y Mario Vargas, miembro militar de la Junta Revolucionaria de Gobierno y solicitan fortalecer la ayuda naval. En razón de la distancia y el tiempo, ello no era posible. En esos días, desde República Dominicana se tienen noticias que se preparaba una expedición desde República Dominicana a Venezuela. En Santo Domingo, el coronel Eleazar Niño recibe un memorándum “estrictamente confidencial” escrito por el general Eleazar López Contreras, expresidente de la República, y ahora en el exilio despojado de sus bienes, Roberto Pérez Lecuna en sus “Apuntes para la historia militar de Venezuela”, registra el documento que se refiere, evidentemente, al dictador Trujillo: “Es indispensable que usted vaya a la base a darse a conocer del gran amigo que de manera desinteresada está protegiendo la empresa. Él ha manifestado que a falta mía usted, le presta toda confianza. Por lo tanto, debe aprovechar tal circunstancia para consolidar el alto concepto que tiene de usted. Es necesario después de armonizar con los compañeros y llevarlos a que firmen un documento de firmeza en acompañarnos que usted examine los medios de que disponemos, buque San Miguel, porque el otro está de salida de Panamá; los anfibios, los P-38. Quizá a su llegada estarán en base los Northamerican. El B25 está listo para llevar algún material como bazukas, ametralladoras 50 y varios centenares de detonadores”. El experto estratega del gomecismo define también los planes operativos: “Será el día 15 de abril que denominaremos Día A, para que pueda estar en el lugar de su destino el 19 de 1 a 2 de la madrugada. Si llegan antes, esperan en la mar. Los aviones de bombardeo B18 y B25 deben atacar los campos de aviación y sus depósitos de Maracay para destruir y atemorizar dicha arma. Si los encargados de dar un golpe de mano en Maiquetía no lo han realizado, es indispensable también atacar donde están los aparatos de guerra que los pilotos americanos entregarán pronto a los venezolanos (este golpe ha sido ordenado a nuestros amigos de Caracas y que avisen cuándo pueden ejecutarlo); uno de los PBI por su gran radio de vuelo debe salir de Ciudad Trujillo con 250 fusiles y 25.000 cartuchos y algunas bazukas y ametralladoras, para llevarlos a Santo Domingo, donde espera el general J.A. González con la gente de la fundación y la que se recoja en determinados lugares”.

Durante su estadía en Caracas, Castro y Fernández se enteran de dos hechos que decretan el fracaso de la expedición. Pérez Dámera en Washington negocia el desmantelamiento de la confabulación y el asesinato de Emilio Tro, jefe de la UNIR, intrépido pistolero y consecuente con el lema: “La justicia tarda, pero llega”. La masacre de la calle Orfila fue ejecutada por Mario Salabarría, líder de la Legión Revolucionaria y en ese momento al frente de la policía de Grau San Martín y se recrudece la confrontación entre las bandas gangsteriles que operaban como vanguardias de los partidos políticos. Castro y Fernández regresan a Miami con el mal sabor de la frustración. Numerosos rebeldes son apresados en el Canal de los Vientos en aguas dominicanas; otros retornan clandestinamente a La Habana y parte del grupo promotor marchó a San José de Costa Rica y luego a Ciudad de Guatemala, desde donde prepararon un ataque aéreo contra Trujillo dos años después. En esa oportunidad de los tres aviones que partieron, sólo entonces uno logró amarizar en la bahía de Luperón y la casi totalidad de los combatientes fueron liquidados. El resto de las armas fue trasladado desde Guatemala a Costa Rica para apoyar el alzamiento del Ejército de Liberación Nacional de José Figueres el 11 de marzo de 1948, que posteriormente lo llevaría al poder. El joven Fidel Castro logra escapar y después de varios días llega a Birán, el lugar donde nació el 13 de agosto de 1926 con la bendición de Aggayú, el dios guerrero de la santería.

El 28 de marzo, el coronel Niño informa al general López Contreras, entonces en Miami: “Recibí todo lo enviado con el emisario especial. Todo está muy bien menos que cuando el señor llegó, la mayor y más importante parte del material de que se disponía ha sido prácticamente decomisado. La presión diplomática, la situación política interna y otros factores que sería largo enumerar y los cuales usted conoce, obligaron a nuestro buen amigo a tomar esta dolorosa medida; ahora será necesario que usted cambie por completo el plan de operaciones. También Maldonado tomó la determinación de regresar a Colombia y si usted no lo remedia, inmediatamente los demás pilotos seguirán sus huellas. El resto de buenos amigos y colaboradores necesitan que usted les aclare y arregle su embarazosa situación; han perdido la fe y esperan cuanto antes usted les aclare sus nuevas intenciones. Es lástima que tan buenos y leales amigos se vean en estas condiciones”. Niño informa sobre la distribución de los dólares destinados a los cuatro pilotos que acompañan a Maldonado. En una aclaratoria se señala: “la situación cambió radicalmente para los revolucionarios al producirse el ataque desde Cayo Confites a la República Dominicana contra el gobierno de Trujillo. Éste al no tener fuerza aérea efectiva echó manos de los P-38 venezolanos (revolucionarios). Estos volaron con los pilotos norteamericanos y repelieron la invasión. Los pilotos venezolanos se negaron a volar. Con la acción el gobierno norteamericano tuvo conocimiento de la existencia de los seis B-38 y Trujillo tuvo que aceptarlo, diciendo que eran propios. De esa manera, la Fuerza Aérea Revolucionaria quedó sin los aviones de ataque y los pilotos se dispersaron. Betancourt envió como su representante personal al doctor Luis Augusto Dubuc que permaneció en Santiago de Cuba antes y después de la invasión”.

El 19 de diciembre de ese año, el Encargado de Negocios de la embajada norteamericana en La Habana, Lester D. Mallory, informa al Departamento de Estado que “se reciben informes de que se organiza otro intento para derrocar al dictador dominicano, posiblemente desde Venezuela”. Crecía la necesidad de los mandatarios democráticos de cercar a Trujillo. Desde República Dominicana se alentaban los conspiradores contra Guatemala, Cuba y Venezuela, y se prestaba ayuda militar a la dictadura de Somoza. La poderosa Voz Dominicana y los periódicos oficialistas desarrollaban furiosas campañas contra Arévalo, Betancourt y Grau San Martín. En diciembre de 1947, se suscribe en Guatemala el “Pacto del Caribe” entre “el general dominicano Juan Rodríguez García y los nicaragüenses Pedro José Cepeda, Rosendo Argüello, Emiliano Chamorro y Gustavo Manzanares, siendo el presidente Arévalo el árbitro de cualquier diferencia. El objetivo era unir fuerzas y armas para derrocar a las dictaduras de Somoza y del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, así como enfrentar el régimen que irrespetaba la voluntad popular en Costa Rica”. A 80 kilómetros de la ciudad de México, en la hacienda de Cepeda, se estableció un campo de entrenamiento para una inmediata invasión a Nicaragua. En la revista “Time” se habla de la “Legión del Caribe”. Arévalo, educador, escritor y humanista, asumió la presidencia de la República en 1945 con el planteamiento del “retorno a Bolívar”; impulsó una serie de medidas revolucionarias para la época; promovía la unidad de Centroamérica con la tesis de la “itsmanía”, de acuerdo a la cual, estas naciones debían unirse y declararse “aliadas permanentes”. Rómulo Betancourt desde el 18 de octubre de 1945 presidió una junta cívico-militar que rompió una larga tradición dictatorial, garantizó el voto directo, universal y secreto; estimuló cambios políticos sustantivos y se aprestaba ahora a traspasar la banda presidencial al novelista Rómulo Gallegos, electo con el 73% de los votos. En Cuba, Grau San Martín también se disponía a entregar el mando a Carlos Prío Socarrás, quien debería enfrentar la oposición del Partido Ortodoxo guiado por el enfurecido verbo radiofónico de Eduardo Chibás; y el torbellino de violencia desatado por las pandillas estudiantiles. En ambos escenarios se construiría el liderazgo del muchacho desaliñado que una mañana estrechó las manos de Castro, Masferrer y Fernández bajo el sol de Cayo Confites.


 Rafael Leonidas Trujillo






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