Fernando Emmerich
El autor supo conciliar como nadie sus dos pasiones: la aviación y la escritura
Una tras otra, el piloto verificó las cifras y se sintió seguro. Se encontraba sólidamente sentado en el cielo. Esta gráfica expresión, con la cual Saint-Exupéry describe a un aviador en una de sus novelas, puede servir para ubicarlo a él mismo en la literatura universal.
La aviación influyó decisivamente en la vida del hombre durante el siglo XX. Acortó las distancias a extremos que nadie hubiera soñado antes. Hoy se salta de un continente a otro en horas, en viajes que anteriormente duraban meses. Sin embargo, la influencia de la aviación en la vida del ser humano no se ha reflejado con igual amplitud en la literatura. No abundan las (buenas) novelas ambientadas en el mundo de los aeropuertos y de los viajes aéreos. Confirman la regla excepciones como “Pylon”, de William Faulkner, que tiene como principal escenario un aeródromo donde se están realizando carreras de aeroplanos paralelamente con la celebración del Carnaval en Nueva Orleans. Tal vez el autor que más y mejor se ocupó de la aviación en su obra narrativa sea el francés Antoine de Saint-Exupéry. Este Ícaro moderno tuvo dos grandes pasiones en su vida, ambas igualmente peligrosas: volar y escribir.
Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon en 1900. Tuvo una infancia feliz. A los doce años descubrió su destino. Jugando en el campo llegó hasta un aeródromo. Allí, Védrines, el piloto que había realizado el primer vuelo de París a Madrid, lo invitó a volar. Desde aquel momento, Antoine tuvo un sueño absorbente: ser aviador. La aviación estaba dando enormes saltos por aquellos años. A principios del siglo los hermanos norteamericanos Wilbur y Orville Wright habían exhibido en Europa su gran invento: el primer aeroplano a motor. En 1909 Blériot sobrevoló el Canal de la Mancha, uniendo por el aire a Francia con Inglaterra. Un año después Chávez sobrevoló los Alpes y dos años más tarde Garros atravesó el Mediterráneo. Al término de la Primera Guerra Mundial se inició la aviación comercial. Después de unir ciudades dentro de un mismo país, se internacionalizó con la inauguración de la línea París-Londres, en 1919. Los franceses crearon luego la Aeropostal, que uniría a Francia con África.
En 1927 Charles Lindbergh realizó su célebre travesía del Atlántico, volando sin escalas desde Nueva York a París. Mientras tanto, en Sudamérica se había venido creando una red comercial que unía a Chile con Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. Jean Mermoz conectó en 1930 ambas redes, la francesa y la sudamericana, cruzando el Atlántico desde Dakar, en África, a Natal, en Brasil. El primer vuelo nocturno se realizó en 1928. La operación estuvo a cargo de Didier Daurat, por entonces jefe de Saint-Exupéry a quien éste le dedicó su libro titulado precisamente “Vuelo nocturno”. En 1921, Antoine de Saint-Exupéry había hecho su servicio militar, en Estrasburgo. Enrolado en el cuerpo de mecánicos de un regimiento de aviación, se pagó cursos de vuelo. Obtuvo su diploma de piloto civil y se las arregló para ser destinado, como subteniente, a otro regimiento de aviación. En un accidente se fracturó el cráneo. Licenciado del servicio militar, no pudo enrolarse en el Ejército por oposición de la familia de su novia de entonces. Comenzó a escribir. Posteriormente ingresó en la Aeropostal. Volaba entre Francia y África. De esas experiencias surgió su primer libro, “Correo del Sur”, publicado en 1928. En 1931 apareció un nuevo libro extraído de sus experiencias de piloto: “Vuelo nocturno”.
En 1935, cuando intentaba batir el récord de velocidad entre París y Saigón, en la Conchinchina francesa (hoy Vietnam), capotó cayendo en el desierto de Libia. Él y su mecánico fueron encontrados cinco días después, casi muertos de sed. No escarmentó: posteriormente trató de batir otro récord de velocidad, ahora entre Nueva York y la Tierra del Fuego, pero sufrió un accidente en Guatemala, fracturándose de nuevo el cráneo. Aprovechó su convalecencia para escribir “Tierra de hombre”, que fue best seller en los Estados Unidos. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupéry fue movilizado como capitán de la reserva. Cuando Francia firmó el armisticio, en 1940, Saint-Exupéry se trasladó a Nueva York, donde publicó “Piloto de guerra”, en 1942, y en 1943 “El Principito”, el alegórico y delicado relato que lo ha hecho universalmente famoso y que han leído y siguen leyendo generaciones de niños en todo el mundo. Antoine de Saint-Exupéry desapareció en 1944, abatido mientras desempeñaba una misión de reconocimiento en el Mediterráneo. Su último libro, “Ciudadela”, se publicó póstumamente.