Rómulo Gallegos: memoria de una hija
Vida 29/05/2019 05:00 am         


Por Inés Muñoz Aguirre: Entrevista con Sonia Por Inés Muñoz Aguirre: Gallegos, a los 90 años de la publicación de Doña Bárbara



Inés Muñoz Aguirre

Entrevista con Sonia Gallegos, a los 90 años de la publicación de Doña Bárbara

Rómulo Gallegos se encontraba reunido en su casa conversando con su amigo Isaac Pardo para nombrarlo Ministro de Sanidad, cuando entró su hermano Pedro para anunciarle que el golpe de estado se había efectuado. Si el anuncio se realizó de tal forma fue porque existían sospechas de que algo sucedía. Sin embargo unas horas antes Carlos Delgado Chalbaud había enviado un telegrama al Presidente, el cual decía: “Todo normal, no pasa nada”.

Casi desde el mismo día en que el primer presidente electo por votación popular tomara posesión de su cargo, encontró férreos opositores como en Arturo Uslar Pietri desde las páginas de El Nacional o en acciones como la huelga general de la Federación de Centros Universitarios o en la férrea oposición de COPEI, URD o el Partido Comunista porque Acción Democrática dominaba en los puestos de poder. Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez elevan una serie de peticiones ante el Presidente que no estaba dispuesto a negociar. Los militares asestaban el golpe enviando a la casa una serie de soldados. De nada sirvió elevar la participación fiscal del Estado en la renta petrolera de 43% al 50%.

Sonia nos cuenta. “Rodearon la casa. Dos militares se dirigieron a mi papá para llevárselo preso. En frente de nuestra casa vivía una sobrina de mamá y toda la parte de delante de la casa era de granzón. Cuando los niños vimos que se querían llevar a mi papá, lo defendimos tirándole piedras a los soldados”.

Seguro que la imaginación de los niños daba forma a aquella pelea desigual, infantes contra adultos, piedras contra fusiles que cada soldado blandía demostrando el poder. El Presidente salió rodeado, y la fantasía se rompió. Sonia corrió hacia él y se le enredó en un abrazo entre las piernas. La niña rogaba que no se llevaran a su papá. Fue él quien pidió que lo soltara.

“Cuando se lo llevaban le preguntaron que quién quería que lo acompañara y él contestó que Gonzalo Barrios. Mi papá y mi mamá lo conocieron cuando el exilio en el gobierno de Gómez, en España. Después cuando él llegó a Venezuela lo recibieron en la casa. A mi mama él la llamaba Mamá Teo. También en Europa conoció a Carlitos Delgado Chalbaud y a Isaac Pardo.


Romulo Gallegos, Gonzalo Barrios, Andrés Eloy Blanco y Raul Leoni, 1948.

Después que se lo llevaron preso los soldados se metieron en la casa. Yo estudiaba música, y mi mamá entró al cuarto donde estaba mi piano, allí encontró a un soldado con sus pies montados encima. Mi mamá le dijo que se fuera de la casa. Cuando llegaba la noche nos ponía a dormir en el suelo porque empezaban a disparar como para vengarse y mantenernos asustados. Mataban las gallinas y llenaban los vidrios de las ventanas de sangre, restregándolas sobre ellos. ¿De qué sirven los militares? Me pregunto –apunta Sonia– Los ascienden a Generales y nunca han ido ni a una guerra.

No creo en los militares honestos, creo que solo lo ha sido Wolfgang Larrazábal y los que fueron edecanes de mi papá. La relación con ellos era tan familiar que la casa de la sobrina de mi mamá la arreglaron para que durmieran allí. Los recuerdo claramente a pesar de mi corta edad. El gobierno tenía una casa en El Junquito, íbamos para allá los fines de semana. Mi mamá nos llevaba a recoger moras silvestres y los edecanes que eran muy familiares, nos enseñaban a sembrar las zanahorias, nos enseñaban a cantar, nos contaban cuentos”.

En el caso de Gallegos la sorpresa de lo que les ocurría se convirtió en un hecho tan inolvidable como todo el inicio de su relación con la política, la cual tiene un origen en su férrea oposición a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Es elegido diputado y poco tiempo después Eleazar López Contreras lo nombra Ministro de Instrucción Pública. Aunque en un primer intento por la presidencia no la logra, insiste y en una segunda oportunidad gana las primeras elecciones de voto directo y secreto.

“Aunque nosotros no tomábamos parte de su vida pública, recuerdo perfectamente cuando lo eligieron Presidente. Nos quedamos viviendo en la Quinta Marisela. Durante este tiempo recuerdo la cantidad de gente que iba a la casa de visita. Recuerdo a Pérez Jiménez que iba a comer todos los días. Los edecanes lo llamaban la bailarina porque usaba unas chaquetas cortas que se levantaban al final”.

Carlos Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez formaron parte de la Junta Militar de Gobierno que tomó el poder al derrocar a Gallegos. La historia que nos habla en nuestro país de numerosas traiciones gracias a las ambiciones por el poder, nos ha mostrado que las familias de los presos políticos terminan siendo las grandes víctimas. ¿Cómo superar una ausencia forzada? ¿Cómo hacer entender sobre todo a los niños, la ausencia repentina de sus seres queridos?

“Mientras mi papá estuvo preso, yo lo fui a visitar dos veces. Un día llaman a mi mamá por teléfono y le dijeron que a las tres de la mañana nos irían a buscar porque nos teníamos que ir del país. Mi mamá empezó a recoger lo poco que se podía llevar. Cuando entraron revisaron su archivo y sacaron una cantidad de cosas. La casa era de un solo piso pero tenía un nivel aparte donde él tenía toda su biblioteca y era el lugar donde escribía. De los militares que se llevaron preso a mi papá una vez escuché decir que uno de ellos fue Ministro de la Defensa de Caldera”.

Comienza el exilio para Gallegos y su familia. “Cuando salimos exilados el primer destino fue Cuba, estaba de presidente Pio Socarrás, pero mi mamá no aguantó el calor, y además la vida era muy cara. Entonces nos fuimos a México. En el edificio de Toledo 4 en La Reforma, estábamos todos los asilados, estaba Luis Lander. Después nos fuimos a Las Lomas. Casi recorrimos toda ciudad de México en apartamentos y mi papá no se sentía bien en ninguno. Veíamos uno y otro. Recuerdo que viviendo en un apartamento, un día se metieron los ladrones”.

Sonia permite que fluyan las anécdotas que además sirven de antesala para mostrarnos al ser humano que había en Gallegos, independientemente de su interés por la política o de su resonancia como escritor.

“Recuerdo una anécdota que habla de la relación que existía entre mi papá y mi mamá. A raíz del robo mi mamá le dijo: Rómulo te tengo que contar algo, me robaron mi monedero, con mis prendas. Las prendas a las que se refería mi mamá eran una perla, y un brillante. El no le dio a aquello mayor importancia, y entonces le contó que ella estaba pendiente cuando algo se le caía del bolsillo y nos mandaba a nosotros a recogerlo. Una vez que reunió todas esas monedas que recogíamos del piso las pudo cambiar por 300 dólares. Confesó que los tenía guardados por una emergencia y por eso le molestaba tanto que se los hubieran robado. Entonces él se rió y le dijo, ay mi amor no te preocupes ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón. Lo peor es que después de todo aquello resulta que la cartera apareció”.

LA FAMILIA, SUS GRANDES PROTAGONISTAS

La tarde cae y la voz suave de Sonia Gallegos parece tomar el matiz de la última luz que se cuela por la ventana. Ella sostiene en sus manos parte de sus grandes tesoros, Las cédulas de identidad de sus padres, el pasaporte de Don Rómulo, las libretas donde hacía notas para escribir Canaima. Nos hemos acercado a los instantes que son constantes en su memoria de niña, pero para la hija de un hombre tan público como Gallegos por político y por escritor, existe el hombre que los demás desconocen, el de los afectos, los besos, los abrazos, los sentimientos a flor de piel.

“Mi papá adoraba a toda su familia, él era el mayor cuando muere su mamá y le toca hacerse cargo de todos, se mudaron de 82 casas en Caracas, porque no tenían con que pagar el alquiler. Sus hermanos para él eran muy importantes en su vida, siempre ayudó a Teresa que era soltera y a Pedro cuando enviudó se lo trajo a vivir a la casa. Carmen María, y Elisa siempre vivieron cerca, eran una familia muy bonita.

Mi hermano y yo somos sobrinos nietos de la esposa de Rómulo Gallegos, mi mamá se murió cuando yo tenía un año, y mi papá cuando tenía tres años. Quedamos dando vueltas entre toda la familia Arocha, entonces ellos se dijeron, ¿qué va a ser de estos niños? Y nos llevaron a la Quinta Marisela en Los Palos Grandes. Era como una casa de campo donde había gallinas, chivos, patos, todo tipo de frutas: naranja, mangos, pomagas, había de todo. En frente vivía una sobrina de mi mamá Teotiste y detrás de la casa vivía el hermano de mi papá, Pedro. Más arriba vivía Elisa. En su momento compraron a “locha” el metro porque eso era una hacienda de caña y de café. Estudiábamos en el Montessori, una escuela que era como de campo. Nos montaban en burros. Todo era genial. Después estudiamos en la Manuel Díaz Rodríguez, donde una tía era la directora.

Nuestros padres nos complacían pero con condiciones que siempre tenían que ver con ayudar a los otros. Al vigilante de la casa, mi papá le compró una casa y a los que trabajaban en la casa una pareja de españoles, en diciembre, además de pagarles todo, les daba su aguinaldo y después le daba dinero a ella y le decía, aquí tienes para que vayas y te compres un vestido y te pongas bonita para tu marido en Navidad, pero eso si me enseñas el vestido, porque estos reales no son para que los guardes. Yo todavía tengo contacto con ellos.

Cada casa donde llegaba mi papá las restauraba. La Quinta Marisela la restauró muchas veces. Recuerdo que una vez le compró un rollo de tela enorme a mi mamá para que hiciera cortinas, y ella le dijo “Rómulo por Dios, no estamos en Semana Santa cómo voy a poner cortinas color morado” entonces él le dijo, si es verdad mi amor, entonces todas las niñas de la familia teníamos vestidos morados. Pero nosotras felices porque teníamos vestidos nuevos. Antes las familias iban pasando la ropa de los más grandes a los más pequeños, lo que llamaban las “chivas”. Yo siempre heredaba la ropa de la hija de Delgado Chalbaud y mis primas heredaban las mías. Siempre todo estaba en buen estado, lo que sobraba se le daba a los niños pobres.

Cuando a mi papá lo eligieron Presidente había un cuarto que se llenó de juguetes para mi hermano y para mí, regalos de toda la gente que conocía a mi papá y mi mamá nos dijo, cada uno escoge un regalo y nosotros protestamos, no, por qué si todos son de nosotros. Ella nos dijo, no, hay niños que no tienen nada. Yo escogí un jueguito de cocina y mi hermano unos patines, lo demás se los repartieron a los niños. Al final yo conservo porque las recibí directamente de ellos, una muñeca que me dio Carlitos Delgado Chalbaud y una que me dio el edecán de mi papá.

Giacomo Di Mase, construyó en nuestro terreno de la Quinta Marisela, dos casitas gemelas. Preparando nuestro regreso a Venezuela, papá le escribió diciéndole que uniera las dos casas que íbamos a vivir ahí. Las arreglaron porque estaban alquiladas, las unieron y así nació la Quinta Sonia. Incluso más adelante le construyó un apartamento a mi hermano para que viviera con su familia. Mi papá puso la casa a nombre mío y de mi hermano. Después nos las expropiaron. Fue muy triste. Yo me fui de viaje porque no quería ver que la tumbaran.

LOS SECRETOS A VOCES DEL ESCRITOR

Si difícil es en las familias tener un político en la casa, difícil es también tener a un escritor. Antes de que Sonia pudiera manejar sus propios recuerdos, tiene las referencias del creador exigente. La del hombre que se aislaba en sus mundos de ficción, al extremo de ignorar todo cuanto ocurría a su alrededor, mientras alimentaba las páginas de sus libretas o golpeaba las teclas de la máquina de escribir.

“Mi papá terminó Doña Bárbara justo en el momento que tenía que viajar a Europa para que mi mamá se operara de una rodilla que le estaba causando problemas. Cuando iban en el barco revisó de nuevo la novela y allí se arrepintió de haberse llevado el libro con él, porque tenía intenciones de publicarlo. Dijo este libro no sirve y lo iba a botar al mar cuando mi mamá se lo quitó y lo guardó.

Mi mamá siempre estaba pendiente porque cuando algo no le gustaba lo botaba. Era su costumbre. Él era familia de Guruceaga el dueño de una imprenta de nombre Elite, una vez le entregó un texto para publicar y cuando llegó a la imprenta no le gustó lo que había llevado, lo rompió y lo botó ahí. En ese proceso me imagino que se perdió mucho entre ello “El encendedor de faroles” que fue un texto que nunca apareció.

Lo cierto es que al llegar a España pagó la primera edición de Doña Bárbara a Editorial Araluce. Una vez que salió en España fue el mejor libro del mes. Muchos se preguntan en qué se inspiró él, y lo cierto es que su amigo Andrés Eloy Blanco quien era abogado de Doña Pancha Vásquez, una mujer muy alta, fea, con un revolver siempre en la cintura. Acompañada además por un catire alto de ojos azules. Él no la conoció pero Andrés Eloy le contaba cómo era aquella mujer”. 

Intrigado por aquella historia Rómulo Gallegos viaja a los llanos venezolanos en compañía de su hermano Pedro. Allá recopiló todos los datos necesarios.

Sonia continua: “Él siempre tenía cuadernos donde anotaba porque preguntaba mucho. Preguntaba sobre las plantas, que pájaros había, que ruidos se escuchaban. Preguntaba sobre el tiempo, el sol, la lluvia, era muy detallista. Eso lo sé por los cuentos que oía en la casa. Ahora estoy releyendo Reinaldo Solar. Esa descripción que hace del Ávila, las cosas que vive el personaje, todas tienen que ver con mi papá. Él subía al Ávila con sus grandes amigos, Salustio González Rincones, Enrique Soublette, Julio Horacio Rosales y Enrique Planchart, se quedaban a dormir allá. Iban hasta el Pico Naiguatá.

Yo viví de forma directa la experiencia de su escritura en Michoacán con su proceso de la Novela Mexicana. Teníamos una señora de servicio en la casa que se llamaba Ermenegilda y en la novela había un personaje muy parecido a ella que se llama Emeregelda. Siempre le atraían los personajes reales. En su proceso de escritura cuando estaba leyendo su manuscrito para revisar me decía Sonia ven acá, léeme la parte donde habla Emeregelda. Eso me lo pedía porque yo hablaba muy bien con acento mexicano. A medida que yo leía él iba haciendo correcciones.

En México demostraba su curiosidad por todo. Investigaba sobre el Lago de Pátzcuaro. Preguntaba sobre el Día de los Muertos. Hablaba de los cementerios, de la isla que está en el centro del lago desde donde ves las velas prendidas en los cementerios. Allá la gente iba hasta las tumbas a comer. Finalmente la novela mexicana no la publicó. Me la dejó y después de su muerte se hizo una sola edición.

Él se encerraba en su mundo y de ahí no salía cuando estaba escribiendo. Cuando ya mi mamá no estaba fuimos a vivir a Nueva York con un sobrino de él, y su hermana Carmen María. Recuerdo como imagen de cuanto se concentraba que un día ella le dijo, Rómulo vamos a dejar un pavo en el horno porque es el Día de Acción de Gracias, y esa vez hasta llegaron los bomberos. Mi papá salió después a comprar un pavo, para reponer lo que había sucedido gracias a su concentración en lo que estaba escribiendo y lo único que consiguió fue jamón.

ENTRE PADRE E HIJA

La desaparición muy joven de Teotiste Arocha Egui de Gallegos, sumió al hombre en una gran tristeza y desolación. Un paro respiratorio le arrebató en un instante, no solo a la mujer que fue su gran amor, si no a su compañera en todos los sentidos. El vacío se apoderó de cuanto rodeaba su casa de México. Su mirada la condujo hacia su pequeña hija que solo tenía once años y quien resueltamente cambió sus diversiones infantiles para convertirse en una compañera inseparable.

“Después que mi mamá se murió él se vestía siempre de gris con corbata negra. Los retratos que tenía de mi mamá eran una belleza y hasta le mandó a hacer un busto que ahora está en Celarg donde le poníamos flores todos los días. El siete de cada mes íbamos al cementerio y me decía cuando me muera quiero estar al lado de ella, Leopoldo Gil lo llevaba porque eso sí, no aprendió a manejar nunca.


Sonia Gallegos, hija del escritor

Me pedía cocinar y yo hacía cada porquería que daba pena. Un arroz que me quedaba como una pelota, unas caraotas secas y mi papá me decía, pero yo quiero unas caraotas con caldo. Yo corría y las metía abajo del chorro y las ponía a calentar. Me pedía que le pusiera un poquito de aceite de oliva en el arroz y así íbamos, hasta que nos unimos tres familias. Fue muy duro. Esas familias eran Cecilia Olavarría y su mamá Margarita Olavarría. Ella se asiló en la embajada de Ecuador y después se fue a México, después estaban Leopoldo y María Gil. Nos fuimos a vivir todos a Michoacán.

Yo era la compañera de mi papá para todas partes. Era un consentidor. Papá le escribía unas cartas hermosas a mi hermano. Hay una carta bella, que es como una lección a un hijo. Lo mando a estudiar a Oklahoma. Yo me quedé con él, a donde quiera que íbamos me inscribía en un colegio, pero yo nunca terminaba nada.

Viajamos a Nueva York y de allí nos fuimos a Cuba, mi papá, su hermana y yo. Estaba escribiendo la novela cubana. Cuando llegamos esa segunda vez a Cuba llegamos al Hotel San Luis. Allí estaban exilados Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez, y Alberto Ravell.

Carlos Andrés siempre estaba pendiente de mí porque mi papá estaba dedicado a su escritura, así que él me buscaba y me compraba helados. Doña Carmen Valverde, la esposa de Betancourt me llevaba a las librerías, me compraba libros. Era una cosa hermosa, hasta que da el golpe Batista, él era Sargento y se ascendió a General. Estuvimos toda una noche en el aeropuerto esperando hasta que nos dieron permiso para salir, todos salieron huyendo.

Cuando llegamos a Venezuela, nos llamó a mi hermano y a mí a su biblioteca en la Quinta Sonia, y allí nos dijo: quiero que sepan, que yo nunca permitiré que les hagan daño. El que les haga daño a ustedes les irá muy mal en la vida. A veces, aun hoy, creo que él está vigilando todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Cuando iba a cumplir 15 años le dije papá quiero que me des un regalo de quince años, una pulsera con todos tus libros colgando, pues me compró la pulsera y tiene todos los libros, todo lo que yo le pedía mi papá me lo compraba. Me llevaba a una fiesta y si nadie me sacaba a bailar, él lo hacía, porque según él, no podía quedarme sin bailar».

El tiempo ha pasado, pero la memoria continúa viva a través de su hija. La Presidencia perdida en esos devenires que nos caracterizan como sociedad, Doña Bárbara su gran novela la que según Sonia no solo devoró hombres, si no que se devoró los otros textos de su autor, porque para ella en los cuentos de su padre hay verdaderas joyas. La memoria persiste en sus nietos de los cuales conoció dos: Teotiste y Pedro. Pasamos las páginas de los libros de este autor, uno de los más importantes de Latinoamérica, leemos las líneas de esta entrevista y nos quedamos girando sobre las actitudes, las emociones, los lugares, las personas y las acciones ocurridas y que siguen ocurriendo en esta Venezuela donde todo parece repetirse.





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