El que a hierro renace Chatarratales, o cuentos de chatarra
Bulevar 14/10/2019 11:00 am         


Una exposición en el Museo de Arte Afroamericano es esperanza contra el abandono, soplo de aire cuando todo parece perdido.



Después que lo tuerce, lo estira, lo suelda y en el pulso echan chispas los dos; una vez que se convierte en las formas curvas de un subversivo esqueleto, en el eventual barco fantasma de Jack Sparrow o en una bala triste —como todas las balas—; luego que la idea amasada en sus tenaces manos aparece como viva proclama, el hierro se convierte en su aliado; pero no se deja domesticar para descansar en la ingenuidad. No. Oxidado y acre, el metal no se da por vencido, al contrario. Es la garganta del artista y, acaso soldados, obra y autor, un grito a dúo. Es la expresión del alegato antibélico. Es, convertido en arte, urgencia de victoria.

Las 55 piezas de la muestra que suscribe el premiado escultor Luis Alberto García se constituyen, con su textura áspera y su índole árida, en coro intrépido que denuncia ausencias y carencias desde su estética dramática y paradójicamente lúdica. Irónica. Trabajo corajudo y descarnado —registro de lo famélico—, tan avieso como sucinto, se sostiene con los trozos extraviados de las cosas —el cascarón de una silla infantil, el manubrio abandonado de una bici, el casquete de un arma abandonado en la última protesta—, y el despojo que producen la no justicia, la no conexión, la no esperanza, la no libertad, la no democracia. Cada obra, con sus sombras, es una apuesta irreverente, más que retrechera, una interpelación bravía más que violenta, a la memoria presente.

Dolor que emana desde la herida abierta, desde la necesidad de buscar y encontrar, análoga a la de imaginar y crear que mueve a todo artista, a toda vida, Luis Alberto García también intenta el remedio. Su forja, que haya conveniencia en lo geométrico y da lumbre a la herrumbre, conquista el equilibrio en el mensaje construido con literal dureza. Contra todo pronóstico, es factible detectar ternura en el afán por la reunión. El conjunto recrea el idílico anhelo de la costura de lo imposible aun cuando se trate de un zurcido visible. En el papel de Mary Shelley Luis Alberto García inyecta vida a remotos Frankensteins, a punta de choques eléctricos.

Establece con sus rompecabezas de inconexos que se funden el triunfo de la hibridez y con los restos de algún armatoste la naturalidad del mestizaje; y deja claro que es pésimo intento descartar la chatarra, así como lo es ignorar que la osamenta y las ramas primordiales y los conductos esenciales y los cascarones de barco son verdad medular. Homenaje a la paz, trabajo sobre el desamparo a veces sarcástico, jamás burlón, Luis Alberto García otorga vuelo a lo roto y soplo de vida a lo desfallecido, a lo agotado, a lo perdido con la energía inagotable del hacedor. Trabajo comprometido, que a hierro vive, revierte el desierto en sueño, la agonía en reto a la fertilidad. 







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