Aguinaldos, Cañonazos y Abrazos
Bulevar 28/11/2021 08:00 am         


En Venezuela las tradicionales campanadas se escucharon por vez primera a través de la radio en 1927



Por Eleazar López-Contreras


La primera manifestación navideña popular en Caracas tuvo lugar en los tempranos tiempos de la ciudad, en los Belenes y Nacimientos que eran presentados con enormes muñecos. A esas teatralizaciones le seguían pastores cantando algún tono de música “pastoril”. En la calle se le sumaron los villancicos navideños que, aclimatados por la idiosincrasia criolla, mezclaban la Historia Sagrada con lo popular. Por eso un viejísimo aguinaldo decía: Oro, incienso y mirra/traen desde el Oriente/y una taparita/llena de aguardiente. A éstos, eventualmente se le sumaron aguinaldos foráneos como el famoso Noche de Paz. Interpretado por un coro de niños y guitarra, ese popular villancico fue estrenado en Austria el 24 de diciembre de 1818; pero su difusión mundial comenzó en 1833. Diez años después lo trajeron a Venezuela los alemanes que se asentaron en la Colonia Tovar en 1843. Para 1940 y pico ya era muy popular en Caracas, donde los niños lo cantaban de casa en casa; y, para los cincuenta, lo grababan los grupos de música navideña como el extinto Conjunto Jesús, María y José. Entonces ya existían el famoso cañonazo y el fraternal abrazo de Año Nuevo, lo cual convirtió a los efusivos venezolanos en un pueblo de confianzudos abrazadores.

El primer cañonazo que se escuchó en el Valle de Caracas lo disparó Luis de Ceijas contra los indios. Ante ese "inesperado e incompresible estruendo", los anonadados indígenas huyeron despavoridos. En su tercer viaje al Valle, Francisco Fajardo les soltó otro a los aterrorizados mariches. Siglos después, tal “estruendo” no asombraba a los caraqueños porque éste llegó a simbolizar la llegada del nuevo año. El origen del cañonazo puede ubicarse en 1871, cuando diversas personas le escribieron a La Opinión Nacional sugiriendo que una pieza de artillería fuese colocada en una de las principales plazas de la ciudad y “disparase tres cañonazos al sonar el último campanazo de las doce, que serían funerales del año que perece y al mismo tiempo saludo al año nuevo”. Dado que tres lucían como mucho, las salvas de artillería se convirtieron en una sola, primero disparadas desde el viejo Cuartel San Carlos en La Trinidad y luego, desde la Escuela Militar de La Planicie.

Otra sugerencia —esta vez publicada en El Venezolano del 13 de enero de 1823—, provino de una nota en la que Tomás Lander sugería imitar a los franceses en su “bella costumbre” de congraciarse entre sí con motivo del nuevo año. “El día primero del año —escribió— todos los que han tenido algunas relaciones se buscan, se abrazan y se dan el ósculo de la amistad, dando por terminadas sus diferencias”. Ese fraternal y noble gesto fue inmediatamente adoptado por los amables caraqueños para recibir el año de 1824. Luego se extendió a todo el país. Desde entonces se habla del tradicional abrazo y del famoso “cañonazo”, el cual es ahora un eufemismo con el cual se hace referencia a la llegada del nuevo año, de lo cual solo quedan las doce campanadas de la Catedral.

Esas tradicionales campanadas se escucharon por vez primera, a través de la radio, en 1927, cuando la nueva emisora AYRE transmitió la llegada de ese año desde la Catedral. En 1936 Radio Caracas hizo lo mismo, también a control remoto. El 31 de diciembre de 1943, Radio Caracas y Ondas Populares hicieron una transmisión simultánea desde el Pabellón del Hipódromo y el dancing hall del Hotel Majestic. Las orquestas de Filo Rodríguez y la Billo’s Caracas Boys, hicieron un paréntesis a la medianoche para radiar las doce campanadas de la Catedral. A las doce y cinco habló el Presidente Medina; luego, continuó la música. Algunas de las demás radioemisoras (Tropical, Continente, Libertador, La Voz de la Patria y Radiodifusora Venezuela) transmitían música alegre que incluía algunos de los éxitos de ese año, los cuales estuvieron a cargo de Pedro Vargas, Glenn Miller, Casino de la Playa, Cuarteto Caraquita, Carmen Miranda, Daniel Santos y Bobby Capó.

Desde entonces se hizo costumbre que las demás radioemisoras transmitieran aguinaldos, música alegre y los hits del año. Estos espacios fueron luego manejados por productores independientes que hacían su agosto en diciembre con abundantes cuñas. Desde esos lejanos tiempos se hizo costumbre esperar el dramático conteo con la radio encendida a todo volumen, mientras que se desgranan los emocionantes minutos que faltan para la medianoche. De allí el infaltable y sentimental Cinco pa’ las doce, en el que los quince minutos de fama de Néstor Zavarce se prolongan cada año, para expresar su compulsivo y comprensible deseo de salir corriendo de una fiesta, unos minutos antes de la medianoche, para ir a abrazar a su mamá. Si, gracias a los cambios en los patrones estilísticos de la música navideña, su perfil pasó del villancico castizo y religioso a lo rítmico y, en menor grado, a lo sentimental, a lo largo de los años aparecerían innumerables gaitas, sobre todo de corte jacarandoso, las cuales irrumpieron después de que Oswaldo Oropeza rescatara la parranda con Fuego al cañón y El perico.

El bombazo final lo soltaron Simón Díaz y Hugo Blanco con La gaita de las cuñas, que introdujo una inteligentísima forma de crítica social. Las gaitas del exitoso binomio Simón Díaz-Hugo Blanco obedecían al hecho que una década antes, la casi clandestina gaita zuliana había irrumpido en Caracas con La cotorra y La suegra de Los Cardenales del Éxito. El primer disco de este género fue grabado comercialmente en 1950 por los Gaiteros del Zulia, producido por José Ángel Mavares, y salió a la venta en 1951 con las Gaitas N° 1 y N° 2; pero la gaita fue impuesta por la televisión en Caracas. No obstante, en medio del barullo gaitero, Hugo Blanco, ingenioso creador de todo el asunto de la gaitas de la cuñas, lanzó un aguinaldo que habla de un burrito sabanero, el cual también se ha convertido en un forzado tema navideño, porque su letra pone al pequeño jumento llanero en la vía de Belén.

En cuanto a la televisión, en los tempranos años sesenta decidió Venevisión alquilar el Cine Río de Sabana Grande, a fin de presentar un espectáculo continuado y recabar juguetes para los niños necesitados. El exitoso programa fue eventualmente ampliado para incluir la presentación de artistas nacionales y extranjeros de gran renombre y locutores del interior. Uno de ellos fue el animador marabino Oscar García, quien trajo consigo la entonces desconocida gaita, lo cual fue decisivo para que ésta se convirtiera en la música navideña por excelencia, desplazando a los viejos villancicos y a las parrandas. Pero los conjuntos de gaita no se quedaron dentro de la tradición que tanto defendía el padre Vílchez en Maracaibo, sino que comenzaron a explorar otros terrenos.

Antes de la gaita, los niños iban cantando sus aguinaldos de puerta en puerta y hasta había bohemios improvisadores que se presentaban a las residencias a rimar sus coplas y a recibir su buen palo de ron. Otros eran grupos de adultos que hacían lo mismo hasta la puesta del sol, cuando una gentil anfitriona les permitía rematar la farra con un suculento sancocho de gallina que amablemente les preparaba. Dentro de ese terreno de la música ambulante también se movía, pero en otro nivel, una estudiantina de españoles llamada Los caballeros de la sopa, quienes tocaban en las casas de los diplomáticos con sus guitarras, bandolinas, violas y violoncelos, pero sin cantar versos alusivos al aguardiente. Las parrandas y los aguinaldos desaparecieron, como aquél que decía: La Pascua ha llegado/con su parrandón/señores de la casa/abran el portón. La música de ahora incluye gaitas heterogéneas (como Amparito y una que le canta al Río Orinoco) y música bailable alusiva a la Navidad, como Cantares de Navidad, y hasta un porro como el sempiterno Año viejo, con el cual el imperecedero Tony Camargo nos recuerda que el desaparecido año le ha dejado cosas muy buenas, pues le dejó una chiva, un burro y, algo que parece ser una bendición: una buena suegra.







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