Copa América: Anhelamos un buen espectáculo
Deporte 20/06/2021 08:00 am         


“¿Qué fútbol veremos…?”. Siempre que comienza un gran torneo se pregunta al entrenador y a los que escriben y opinan, como si fueran oráculos.



Por Hernán Quiroz Plaza


Un adelanto del juego que desplegarán los equipos, a quién vemos para campeón, etcétera. La respuesta más honesta es ¿quién puede saberlo…? Una gruesa porción de su encanto este deporte se la debe a su imprevisibilidad. Inesperado, ilógico, loco, cambiante, impredecible… Así es, afortunadamente. Ya en 1924 dio su primera muestra cuando Uruguay, al que en Europa creían tierra de indios, arrasó en los Juegos Olímpicos de París. Se ignoraba todo de los charruas. ¿Sabrían jugar…? Y no solo fue campeón, los aplastó ganándoles a todos sus rivales: Yugoslavia, Estados Unidos, Francia, Holanda y Suiza. A algunos con goleadas resonantes. Turquía debutó este 11 de junio en la Eurocopa con el antecedente de una supervictoria sobre Holanda por 4 a 2 en la Eliminatoria del Mundial y un 2-0 a Noruega (con Haaland) a domicilio. Se la tenía en muy buen concepto; pero cayó 3 a 0 ante Italia sin siquiera rematar al arco, en una producción pobrísima y timorata. Italia entrenó con ellos. Tres a cero que pudo ser más amplio. A lo más que nos atrevemos es aventurar.

En nuestra Sudamérica, el 13 de junio en el estadio Mané Garrincha de Brasilia y cuando el centrodelantero vinotinto Fernando Aristeguieta tocó el balón y arrancó el Brasil 3 - Venezuela 0, sentimos una emoción especial. Con todas sus mudanzas y críticas, renuncias y brotes de Covid, incluso con estadios vacíos, se ponía en marcha una nueva Copa América, la número 47. Que siempre será un orgullo nuestro por su rótulo de primer certamen continental de fútbol del mundo. Es nuestra joya de tradición. Ningún torneo de naciones tiene 47 ediciones. La Copa América nació -y nació grande y popular- en 1916, el Mundial de la FIFA en 1930, la Eurocopa en 1960. Párrafo aparte, Brasil es un país muy especial frente a este juego. Sin discusión posible, la máxima potencia mundial que este deporte registre, pero lo de su pasión es conversable. En 2019 hospedó la Copa y le dio la espalda, tuvo poco público y escasísima repercusión interna. El día que se inauguraba de nuevo el certamen ni siquiera paró el campeonato local. Hubo nueve partidos del Brasileirão, hasta un clásico, Atlético Mineiro-São Paulo. La única concesión que hizo la CBF fue no programar encuentros a la misma hora que jugaba el equipo de Tite.

Lo lamentable, Venezuela, por irresponsabilidad de sus autoridades futbolísticas, rompió la burbuja sanitaria que protegía al plantel para que familiares, amigos, allegados y políticos se tomaran una foto con los jugadores y se quedó sin catorce de sus mejores valores. Nueve fueron contagiados, otros cinco ya estaban lesionados (Rondón, Soteldo, Machís, Osorio y Yangel Herrera). Tenía una posibilidad en cien millones de obtener un punto ante la Canarinha. Reclutó de urgencia una partida del fútbol casero, Chamos debutantes, y se presentó. Todos temíamos una goleada de dos cifras, afortunadamente no pasó. Hubo una ponderable actitud brasileña: no salió desesperado a meterle doce goles, jugó tranquilo, hizo su partido, fue superior y se quedó con los tres puntos. Bien. Neymar adornó la tarde con algunas de sus fantasías. Lo que siempre sostenemos: tiene actitudes censurables como exagerar las faltas recibidas o hacer exhibicionismo de más en ciertas jugadas, pero es un crack.

Puede decirse que, cualquier coronado que no sea Brasil, será sorpresa, en ciertos casos, hazaña. Tal es el grado de favoritismo del local, que en los últimos cinco años con Tite apenas ha perdido un partido: 1-2 ante Bélgica en el Mundial de Rusia. En Sudamérica es amo de vidas y haciendas. Va invicto; de 18 juegos de Eliminatoria ganó 16 y empató 2. Y en su casa es aún más invencible. Es la conjunción de un formidable entrenador y un plantel calificado en número y calidad. También se beneficia de la modestia de algunos y de la desorganización o los errores de otros.

Una pregunta mejor formulada sería: ¿qué fútbol esperamos…? Anhelamos un buen espectáculo, desde luego, superador del que nos viene ofreciendo en los últimos años el continente. El pasado domingo 6 de junio vimos Estados Unidos 3 - México 2 por la final de la Liga de Naciones de la Concacaf. ¡Qué maravilla…! Apasionante, atrapante, de un ida y vuelta que cortaba el aliento, con una intensidad digna de una batalla, con goles preciosos (el de cabeza de McKennie para el empate a dos fue excepcional, del tipo Pelé a Italia en 1970). A los 59 segundos de juego ya ganaba México 1-0 con un latigazo de Tecatito Corona y en el minuto 124 Andrés Guardado tuvo el empate de penal pero se lo atajó de manera notable el arquero Ethan Horvath. No se le puede pedir al fútbol más que eso. Los 37.648 espectadores del estadio de Denver nunca hicieron tanto ejercicio: saltaron cien veces de sus asientos. Pero, luego de disfrutarlo, casi nos avergonzó el clásico del norte. Lo primero que pensamos fue: ¿cómo avanzaron tanto…? Y ¿cómo nos quedamos nosotros…? Porque no vemos ese nivel en nuestras ligas ni en las copas, tampoco entre nuestras selecciones. Antes, hasta hace treinta años, el de la Concacaf era considerado un fútbol menor, una Primera C en el plano internacional. Después de dos décadas sin títulos mundiales nos fuimos acostumbrando a que Europa está un escalón por encima nuestro. Y entre clubes, dos o tres. Pero ese 3-2 de los norteños fue un cachetazo en el rostro que nos dio la realidad. ¿Nos igualaron…? ¿Nos pasaron...? ¿También ellos…?

En la apertura de la Eurocopa, el Italia 3 - Turquía 0 resultó entretenido, sin grandes emociones, aunque fue un choque de limpieza ejemplar y con 12.916 personas en las tribunas (Italia fue el epicentro de la pandemia el año pasado, hoy ya puede recibir espectadores sin mascarilla, acá no, a puertas cerradas). Sobrio arbitraje, no hubo ninguna acción en que se aplicara el VAR, aunque se revisan todas las jugadas dudosas en la cabina. Italia reclamó dos veces mano en el área turca, una posiblemente fuera discutible, pero todo con mesura, sin histerias. Se percibió que la UEFA quiere arbitrajes acertados, pero sobre todo discretos, que pasen inadvertidos. Y que el VAR no sea una comedia de enredos ni desate polémicas. No a la criolla.

Volviendo a Sudamérica no pretendemos que los 28 enfrentamientos de la Copa America sean como el mencionado 3-2 de EE.UU.; si se alcanza la excelencia del Colombia 2 - Argentina 2 de Eliminatorias Sudamericanas estamos cumplidos. Eso estuvo cercano al ideal, fue alta competencia de verdad, con ritmo de vértigo por momentos y el agregado indispensable de que ambos lucieron virtudes y capacidades, había equivalencias. Fue, quizás, el mejor duelo de los treinta que lleva la Eliminatoria. Pero, además de las posibles bondades del juego, necesitamos una competencia organizada, prolija, que haga honor a la bella historia de nuestra competencia madre, pionera en el mundo. Y, sobre todo, limpia, ejemplar, para volver a creer. Ya que la Conmebol nos encaja una Copa América a la vuelta de cada esquina (cuatro en seis años, y seis porque se postergó uno, estaba programada en 2020) que nos dé un producto noble. Queremos una copa donde se imponga el juego, no la polémica ni los fallos extraños, no con árbitros ciegos y con el VAR del señor Wilson Seneme, siempre tan conveniente para algún sector. Que gane la justicia, que las manos sean manos y las rojas, rojas. No puede ser que Uruguay tenga dos puntos menos en la clasificatoria mundialista porque cuatro señores con ocho o diez cámaras no se dieron cuenta que marcó un gol absolutamente legal. Ya no se tolera más incapacidad ni arbitrajes opacos. No pedimos la Copa de todos los tiempos, si un buen espectáculo.







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