Gallegos será nuestro candidato, pase lo que pase
Historia 21/11/2021 08:00 am         


Nadie se puede aventurar a conjeturar cuál hubiera sido el destino de la conspiración que culminó en noviembre de 1948, con el derrocamiento de Rómulo Gallegos



El proceso político que se abre en Venezuela con el derrocamiento del general Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945 y culmina con el derrocamiento del insigne escritor Rómulo Gallegos –primer presidente electo por voto popular– el 24 de noviembre de 1948, se constituye en uno de los más complejos y contradictorios de nuestra historia contemporánea. En julio de 1945 cuando el país centraba su atención en la grave crisis que sacudía al oficialismo, escindido entre dos grupos irreconciliables, constituidos por los partidarios del general Eleazar López Contreras y los seguidores del general Medina, en el Ejército Nacional se había conformado y ganaba adeptos un grupo de conjurados que autodenominados Unión Militar Patriótica, pregonaban al interior de las filas castrenses la necesidad de liquidar el viejo liderazgo militar, y de impulsar cambios profundos para la renovación y modernización de la institución castrense.

La oposición al régimen era ejercida en solitario por el partido Acción Democrática, fundado oficialmente el 13 de septiembre de 1941, pero cuyos orígenes hundían sus raíces en el periplo político recorrido desde febrero de 1928 por su líder fundamental e ideólogo, Rómulo Betancourt, que deslindado del marxismo había impulsado varias iniciativas militantes, entre ellas ARDI, ORVE y el primer y segundo PDN, con una clara doctrina nacional revolucionaria y aupando una organización policlasista, donde pudieran confluir todos los sectores explotados de la sociedad venezolana, es decir obreros, artesanos, campesinos, profesionales y con una clara vocación democrática, que levantaba la consigna del voto universal, directo y secreto como único mecanismo de expresión de la soberanía popular.

Rómulo Betancourt había perseverado en sus propósitos políticos por 17 años, en los cuales le tocó enfrentar el exilio y las persecuciones, logrando bajo el amparo de la apertura política auspiciada por el general López Contreras, y profundizada y ampliada por su sucesor el general Medina Angarita, que propicia unas libertades públicas sin precedentes, legalizar y extender la influencia geográfica y social de su partido Acción Democrática, por lo que el grupo de conspiradores militares donde destacaban los mayores Julio Cesar Vargas, Marcos Pérez Jiménez, y los capitanes Horacio López Conde, Francisco Gutiérrez, Edito Ramírez y Martin Márquez Añez, decidieron establecer contacto con el líder de Acción Democrática, a quien en la casa de Edmundo Fernández, confesaron sus propósitos de derrocar al gobierno del general Medina y ofrecieron a Betancourt la Presidencia de la Junta de Gobierno que se conformaría luego del éxito de la asonada.

Los líderes de AD inician con los jefes de la conspiración un extraño contubernio, que tendrá un interregno cuando aparezca en el panorama político la denominada “fórmula Escalante”, es decir, la candidatura de Diógenes Escalante, decano del cuerpo diplomático en Washington, y quien además del respaldo oficialista cuenta con vínculos y simpatías del fundador de AD, por lo que su nombre representa una salida pacífica y consensuada a la grave crisis nacional. Cuando el país comienza a vivir un ambiente reparador que parece disipar las amenazas de una salida violenta, el candidato de consenso sufre una crisis mental que lo obliga a renunciar a sus aspiraciones y que revive el grave enfrentamiento que tiene como protagonistas a los generales López Contreras y Medina Angarita.

Los oficiales promotores de la conspiración y el golpe de Estado, disuadidos temporalmente de sus pretensiones por la posibilidad de una salida civil y pacífica que atendiera sus demandas, de nuevo presionan la salida castrense. Acción Democrática que por meses jugó las cartas de la conjura militar y a la par la de la opción civil y pacífica, se decanta por acompañar a los militares en el golpe de Estado, que se materializa el 18 de octubre de 1945, con el derrocamiento del gobierno y la constitución de una Junta revolucionaria de Gobierno, que preside el máximo líder de AD y que está integrada por mayoría de dirigentes de ese partido.

A pesar del éxito inicial de los conspiradores civiles y militares, pronto como en todas las alianzas contra natura de intereses antagónicos, comienzan a surgir desavenencias y contradicciones entre los jefes militares que han liderado el golpe y los miembros de AD que copan las posiciones de gobierno. Los sectores desplazados por el golpe militar se reagrupan en el exilio, e internamente, los mismos jefes castrenses que han llevado a AD al poder comienzan a disentir de sus actuaciones y a buscar las fórmulas de liquidar al gobierno, por lo que se promueven distintas intentonas militares que llevan tiempo más tarde al presidente de la Junta Revolucionaria a afirmar que el gobierno, quitando prestada la frase de Frederich Nietzsche, “había vivido peligrosamente”.

En diciembre de 1946 elementos externos dirigidos por el expresidente López Contreras, e internamente por los mayores Juan Pérez Jiménez, Rincón Calcaño y Castro León, jefes de las plazas militares de Caracas y Valencia y de la Aviación Militar, promueven un golpe de Estado que casi logra su propósito de liquidar al gobierno y el cual logra conjurar el ministro de la Defensa, teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud. Para ese entonces la Asamblea Nacional Constituyente, electa por votación popular, se apresta a iniciar sus deliberaciones para aprobar una nueva Constitución que instituyera por vez primera el sufragio universal, directo y secreto para todos los cargos electivos, y era obvio que al sancionarse la nueva Carta Magna y convocarse a elecciones presidenciales, el nominado de AD partido absolutamente mayoritario, iba a ser el maestro Rómulo Gallegos, presidente de Acción Democrática y quien en 1941 había competido como candidato "simbólico" en las elecciones de segundo grado, donde había resultado electo el general Medina Angarita.

El teniente coronel Delgado Chalbaud, a quien en su condición de máximo jefe militar del gobierno había correspondido la difícil tarea de conjurar el golpe militar y que tenía una relación privilegiada con Rómulo Gallegos en cuya casa de Barcelona de España había vivido en el exilio antigomecista, quedó impresionado por la fuerza de la derrotada intentona y solicito a José Giacopinni Zarraga que lo acompañara a una reunión con el presidente Betancourt, a quien sugirió revertir el decreto que inhabilitaba a los miembros de la Junta de Gobierno, encabezados por él, para aspirar a cargos electivos en el venidero proceso electoral y lanzarse como candidato de AD en los próximos comicios presidenciales, expresándoles: "... yo conozco, quiero y respeto a Don Rómulo Gallegos, usted conoce de sobra mis vínculos con él, pero precisamente por ese conocimiento sé que no es el hombre idóneo para bregar con los militares y meterlos en cintura, fíjese lo que acaba de suceder, el gobierno estuvo a punto de ser liquidado, solo un hombre como usted puede garantizar la estabilidad y lealtad de las Fuerzas Armadas".

Betancourt, mirando fijamente al ministro de la defensa y a su acompañante, sin vacilar les dijo: "… Acción Democrática tiene un compromiso con don Rómulo Gallegos, desde que este aceptó ser nuestro candidato simbólico en 1941, y lo va a cumplir, sean cuales fueran las consecuencias"; la categórica respuesta dio la conversación por terminada. Como todas las cosas que no suceden, nadie se puede aventurar a conjeturar, cuál hubiera sido el destino de la conspiración que culminó el 24 de noviembre de 1948 con el derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos, si hubiera sido Rómulo Betancourt, y no él, el jefe del Estado.






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