La agenda privada del encierro
Vida 05/04/2020 07:00 am         


Ocarina Castillo, la casa por aula



Descubrimiento. Entre los hallazgos de estos días, dos que más bien son una reaparición: el escritorio y la compu. Ocultos tras el rimero de libros y carpetas consultados para preparar el discurso de ingreso a la Academia de la Historia,han vuelto a hacerse visibles, tras regresar aquel suculento bosque de palabras a su sitio. Investigadora a tiempo completo, Ocarina Castillo, antropóloga enfocada en el tema de la gastronomía como narrativa, expresión e ingrediente que constituye una cultura, profesora de la Central y emocionada miembro de número de la Academia desde el 6 de febrero pasado,la profesora no para: sigue dando clases vía telemática y ya tiene entre ceja y ceja la siguiente investigación.


Rutina: arriba, abajo. En cuanto a la tenaz incertidumbre de los días, la sortea resolviendo lo pendiente y aferrada a las lecturas y a la música, hace ejercicios en casa, disciplina repetitiva para cuyo calentamiento cada tarde baila joropo, salsa o merengue, lo importante es mover el cuerpo. También medita cada día para cuidar esa mente suya tan vivaz y curiosa, y más a lo hondo, su alma. “Es oportuno el contacto con lo espiritual, desde la creencia que tengas, no solo ayuda a conseguir respuestas, da fortaleza”.


Amor llama. Despierta con el sol, como siempre. A las 6 revisa los mensajes del celu, se contacta con los seres queridos como tantas madres y abuelas venezolanas que tienen los hijos y los nietos fuera, y se consuelan con el paño caliente del afecto virtual. Los amores se han convertido en videos, fotografías, fragmentación, cucharadas siempre dulces, de ahí la complicidad con el aparato que ofrece sin detenerse una nueva ración de la dosis. Dentro del marco del móvil y a medida, ve y percibe las figuras familiares —y las que le son tal—que ríen, cantan, cuentan, gesticulan, ofrecen flashes de su cotidianidad. Las caras entrañables pixeladas que, según se palpan, tienen la misma textura plana y dura de un vidrio. Paño caliente en tiempos de lejanías, distancias y, ahora mismo abrazos prohibidos, chatear consuela su talante empático. Dice en su instagram: “Mi corazón es una casa de vecindad”.


La educación a botón. Desde la misma condición virtual, tan real, trabaja con los alumnos del diplomado de Gastronomía de la UCV y con los del Instituto Culinario de Caracas. Es un aprendizaje impartir clases así, la manera de reciprocidad, la dinámica, la forma de establecer la conexión. E investiga. Navega cuando el internet, que pestañea pero no la deja, le sirve para irse lejos, sin moverse de su silla.


Soledad y compañía. Autora que necesita de oír melodías para trabajar, cuenta que para su discurso —tesis más bien— oyó de los discos compactos o a través de su ipodun día música mexicana de diferentes épocas, prehispánica, colonial o actual, valses, danzones o canciones de la trova yucateca, así como Pedro Infante o Jorge Negrete. Otro día se iría por los derroteros del Caribe. Al siguiente, flamenco, según el estado de ánimo o la hondura del tema, clásica o popular. “Es inspiración”. Necesita de la compañía organizada y armónica de ese arte que se cuela en su cerebro mientras produce, “no, no interfiere”: es incentivo. Puede desdoblarse en cantante y escritora, melómana en ejercicio y ávida lectora a la vez. La mamá le hace dúo. Está con ella estos días, y es “fortaleza espiritual, desde sus bien vividos 90”. Ambas permanecen en casa, ni una salida desde el 14 de marzo ni para comprar. Una pareja de vecino, amigos que ella llama ángeles, les hacen el favor de incorporar en su lista las verduras y frutas que hay que reponer.


Comer rezar amar. También cocina, claro, según su intuición y con el adobo ingenioso que le otorga el conocimiento histórico de nuestros condumios y del recetario ancestral; sostiene, a propósito del jaleo que se ha desatado por la génesis del platillo, que la arepa seguramente es un pan nuestro, venezolano, porque erepa es una voz cumanagota y ella sabe de cazabe y de hallaca y maíz originario. Le gustan las combinaciones balanceadas y sanas, y los sabores profundos. Ama las ensaladas y “nada como cenar con sopa, es una solución versátil y nutritiva”, dice. “Me advertía un amigo: desconfía de un hombre que no le guste la sopa, tiene problemas afectivos”. Ay Mafalda.


Pensadera. Claro que las ideas calamitosas vienen a su cabeza. ¿No es lo que nos pasa a todos? Ella intenta respirar profundo, imaginar que tenemos que tomar la sartén por el mango, que con gentileza humana y sensatez saldremos adelante. La pensadera también incluye proyectos, un nuevo libro, por ejemplo, revisar el legado del editor de suculentas revistas, gourmand y pionero y señero crítico gastronómico, amén de articulista, cronista urbano y novelista, Ben Amí Fihman. Catador de papilas agudas a la vez que conversador deslenguado, el escritor tiene que ser estudiado. Revisado.


País, raíz. Saldremos de esta, claro y de todo, ahora la suma es un fardo. Además de la pandemia, la crisis en casa. País amado y como caja de Pandora, exhibe con desparpajo sus fallas en los servicios:la falta el agua y el susto constante de que se vaya la luz mientras permanecen encendidas todo el día las farolas de la vía pública; sumar la emergencia humanitaria y las carencias sanitarias y alimentarias. Sin embargo, contra todo pronóstico, hay que poner en remojo el resorte cada vez más tenso que articula los malos augurios y las catástrofes tan fáciles de imaginar e intentar también que la reacción instantánea produzca escenarios posibles positivos, y serenarnos. Es justo pensar también en lo bueno probable, no solo tener visiones infortunadas. “Aquí estamos”, con nuestros recursos y saberes y sabores.


Verde que te quiero. En alguna hora del encierro se dedica a la jardinería. Corta los retoños y reúne las semillas de los pimentones o ajíes para devolverlas a la tierra. Siembra. Ella siempre lo ha hecho.







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