La agenda privada del encierro - Rafael Arráiz Lucca
Vida 15/04/2020 07:00 am         


Rafael Arráiz Lucca, el verbo como boya



A la pregunta de cómo se escribe, Gabriel García Márquez, desde la sorna, respondería dando en el clavo: pones una palabra después de la otra. Toca al escritor, en ese proceso de organización, convertirlas en sustancia creíble, aun si son invento una vez acotado el tema, conseguido el tono, cultivado el estilo. Pero es un proceso que sucede en la despensa porosa del pensamiento por donde transitan libres y permanentemente las ideas. Vale decir que el escritor no descansa, ni cuando duerme, porque toda ocurrencia y todo sueño puede ser útil. Todo lo que está ante los ojos despabilados siempre puede ser materia prima. Y todo puede ser escrito. Estar encerrado para un escritor ha de ser más de lo mismo. Hay que ver mundo, pero sin duda trastear bien hacia adentro.

¿Es igual?. Escribir no es una actividad de fácil prescindencia, obsesivo el escritor y exigente ella, ocurre a toda hora. Tampoco se ejerce en alguna parte. Se escribe, además de en el teclado caliente, mientras se friega la losa (Rafael Arráiz es quien la guarda en casa), cuando cocinas, cuando amas, viendo una película, cuando paseas por el parque y sin duda cuando lees. Tiene lugar adentro. En el pensamiento, en la imaginación. Tales son el puerto y la puerta de las palabras, visitantes anheladas e inesperadas, que bienvenidas sean de la manera que lleguen, de cuerpo entero o solo asomando la nariz, siempre hay que tallarlas. Y eso es un proceso íntimo. Casi secreto. No hay domesticación pública. Igual, la encerrona pega.

Pero distinto. Rafael Arraíz Lucca escribe. Abogado, Historiador, especialista en Comunicaciones Integradas y miembro de la Academia de la Lengua y de la de Gastronomía entre otras conquistas curriculares es un prolijo autor que aborda desde la investigación y el ensayo temas variados pero vinculados todos con la intención de desentrañar el país y a sí mismo. En cargos cimeros de la gerencia cultural —Monte Avila, Fundación para la Cultura Urbana—, el socorrido conferencista y mas mediático intelectual —conductor de programas radiales, estos días lo han entrevistado una decena de veces—es también poeta. Fraguado en los grupos Calicanto y Guaire, ahora mismo, viviendo el encierro forzoso, y a sabiendas de que el tiempo del escritor siempre es un goteo espeso y acaso silencioso, como el de los días de tapabocas, se pregunta cómo seguirá la vida que late afuera.

Lo que extraña. Bien acompañado con las voces que la tinta resguarda en la biblioteca personal,que no es escueta, echa en falta los otros libros, los tantos más que están a mano en la Metropolitana. Catedrático de la Universidad, extraña revisar, palpar, deslizar sus dedos por entre las páginas de los volúmenes de la colección de Uslar Pietri, los de Ramón José Velázquez, lo de XX. Es una carencia real que ahora mismo le deja el tacto triste. Claro que también extraña a los alumnos. Ellos primero que nada. Verles las caras, las expresiones, oírlos, son espejo, son sus maestros también en el feedback cotidiano. 

Variaciones.  Y las reuniones en la oficina, con los alumnos y los pares, ese espacio nutritivo que hierve y place. El contacto humano. No ha sido óbice la aciaga circunstancia para hacer lo suyo, escribir sin parar, acaso ha tenido más tiempo, claro, pero intuye que para todos estos días lentos, vividos desde un estado sensible de consciencia, han sido catalizador y detonante emocional. Para la vida en pareja. Para el autoconocimiento. Ahora mismo acaba de terminar un libro sobre la historia de la democracia, revisa cómo la hemos vivido, desdeñado, maltratado, añorado, roto el modelo plural y republicano que, perfectible en su entraña, es preferible con sus fisuras que cualquier totalitarismo. Se trata de una investigación que tendrá fechas, asociaciones, marcas en las boutades y la mirada posible del todo inacabado desde afuera. Del trayecto corto y hondo. Las guerras han sido el lugar común. Acaso ayude el ver los tropiezos recurrentes y confirmar lo que subrayaba Alberto Barrera Tyzska: que la llevamos impresa en el ADN. Arraíz Lucca sin entrar en detalles que frustren la sorpresa de la investigación y sus hallazgos nos conduce al espejo donde repasar nuestro talante tolerante; puede ofrecer sorpresas o resultar esperanzador. Es un trabajo de historia que nos retrata, arrastra la identidad y se mete en nuestra antropología. “Están en sus relieves y resquicios, los hechos; lo que ha ocurrido y hemos decidido, de allí parte el trabajo”. Listo el borrador, ahora Arraiz Lucca procede a la revisión, que es reescritura, que es orfebrería, que es intensidad garantizada. El autor prosigue en la encerrona necesaria. Escribir es encerrona.

Verde que te quiero.
Claro pero nada como el aire libre. Entre sus tareas domésticas está además de recoger los platos del escurridor y ubicarlos en su sitio (“claro que sé dónde va todo”) riega las plantas ¡del edificio! Ha asumido el compromiso de velar por la vida de lo verde que embellece las caminerías y florece en las esquinas, recodos y ventanas. Se ha amistado con las especies de las de los porrones y macetas. Claro y solo les quita la sed cuando llega el agua, ese trastorno de Ciudad Gótica que nos interrumpe ¿la rutina? Sí, lo verde lo revitaliza. También extraña el Parque del Este, donde solía ir cada sábado a caminar, hasta el mes pasado, pero es que marzo parece que fue hace años. Mañanas de oxígeno que añora en la obra caraqueña de Burle Marx y compañía, su sesera inquieta necesita la contemplación de la belleza. Ver aquel orden bastarse en buena medida con la luz nuestra que sí es pródiga.
Pensadera. Que se trate del pasado no quiere decir que intente evadir el presente, en realidad es un libro, el que escribe, que puede ayudar a ver y vernos como defensores a ultranza de la democracia y cómo hemos perdido la brújula en el intento. Descorazonarse no vale, por el contrario, hay que trabajar en ello. Lo cierto es que escudriña el proceder del país que ama y desde su escritorio viaja en el tiempo. Atalaya para otear, promete echarnos el cuento, menos mal, de nunca acabar, de nuestra particular relación con la república, la paz, los derechos, el civismo.Justo cuando la república respira con dificultad y parece infectada por atacantes esto sí no microscópicos no le faltan defensores; en el país los de 16 que la conocen por referencia han marchado valientes protegidos de escudos de latón; también ancianos; han alzado sus voces periodistas y tuiteros que han sido respondidos con cárcel y persecución; los historiadores tienen rato en la palestra compitiendo con los rockstar recordándonos. Mostrándonos la foto.
Visión nocturna. Colaborador que no cocina, jardinero cuando se puede, este observador ahora contenido en casa, ha aumentado su consumo audiovisual como cliente de los productos de Netflix. Ve películas nuevas y clásicas sin cesar, son maneras de descubrir la siempre mágica técnica de narrar. Igual sigue varias series. Las más contemporáneas tienen un punto de vista desparpajado, audaz, novedoso. Tratan nuevos temas. Lo cultural, lo existencia, lo místico, los femenino que tanto le interesa.







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