Querida Mariahé, más siempre que nunca
Vida 19/04/2020 07:00 am         


Caracas sin Mariahé ya era menos...



Caracas sin Mariahé ya era menos, ahora es el mundo en su redondez el que lo extraña. Ella era la redondez y se la ha llevado. La tenía en sus caderas, en su palabra, en sus ideas. Tenía gracia, tesón, devoción por el trabajo, pasión, y una desparpajada alegría. Podía ser ácida y formular una pregunta que hincara, siempre respetuosa, era filosa. Pero sin duda divertida y amorosa. Amó a su familia de la que siempre hablaba con esplendidez, con orgullo. También de sus amigos. De sus amores. De su país, ay, este, también el de al lado. De un tiempo a esta parte en Estados Unidos, echaba en falta las calles caraqueñas, tal vez aquí también, las de hace 30 años, las del Centro de sus correrías periodísticas, las que dejó desoladas de su belleza en Bello Campo. 

María Helena Pabón era hace mucho una leyenda de boca pintada y cejas arqueadas, vozarrón y risotadas, elegancia y Chanel, que entendía el oficio del periodismo como compromiso. Y la vida como una intensidad de noticias para devorar. Pasó por tanto, por montañas para venir aquí, por nostalgias para partir de aquí, por alfombras rojas para cubrir eventos universales, por escaleras infinitas de barrios, por el dolor de su alma compasiva, por el goce de la noche caraqueña cuando la Luna no se aburría sola. Viajó por Venezuela y se imbricó en el gentilicio, lo entendió, asumió su defensa. Conoció su geografía y sus debilidades, sus maravillas y su arte, sus prejuicios y sus audacias. Aquí vivió en mayúsculas cuando la vida no era susto sino una feliz decisión. Aquí escribió de su arte y su nocturnidad. Aquí es lujo de tinta.

Quería escribir su biografía porque el anecdotario de atrevimientos, desplantes, causas defendidas, disparates protagonizados, pasiones provocadas y conquistas fue mucho. Quizá avanzó en la organización de los años, los rezos de su corazón divertidamente creyente, las postales de sus antepasados, las imágenes de las calles del pueblo colombiano llenas de los envoltorios multicolores de los caramelos que inventó el papá y tuvo que pagar caro por ese reguero, así como las de las calles salpicadas de sangre por la violencia triste y duradera, que también pagó caro. Con mudanzas. Todos pagamos. 

Premiada y querida, una entrevista en la que cuenta con lujo de detalles el episodio en que se camufla con Nelson Bocaranda para llegar ante Juan Pablo II o lo que aprendió con los grandes de la noticia o la vez que lloró cuando Miguel Otero Silva leyó su reportaje en voz alta ante la redacción y más debería estar en ese manual de vida. El coronavirus no se anda con contemplaciones, dama para contemplar. Qué pena. El puzzle se deshace, ocurre al revés, que las piezas se separan en vez calzar para completar el todo. El mapa se vuelve extravío. Faltas y queda la esquina rota. Qué trabajo tu vacío. 

Tu leyenda pizpireta y honda, todos tus títulos en el papel, es el consuelo. 

—FNL







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