Betancourt salva la vida
Historia 25/06/2019 07:00 am         


El 24 de junio de 1960 el presidente Rómulo Betancourt fue objeto de un atentado organizado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo



El 24 de junio de 1960 el presidente Rómulo Betancourt fue objeto de un atentado organizado por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, quien curiosamente fue asesinado por miembros de su entorno once meses después, el 30 de mayo de 1961

A las 9 de la mañana del 24 de junio de 1960, cincuenta y nueve años atrás, Rafael Leónidas Trujillo esperaba la noticia que a esa hora transmitía “La Voz Dominicana”: “El presidente de Venezuela Rómulo Betancourt acaba de ser ajusticiado en la avenida Los Próceres de Caracas”. Habría funcionado de esta manera el plan de un grupo de conspiradores entrenados en Santo Domingo y el automóvil presidencial sería devorado por las llamas.

1960 prometía ser un año difícil para el gobierno del Pacto de Puntofijo presidido por Rómulo Betancourt. La acción subversiva del perezjimenismo y la derecha militar avanzaba en los cuarteles y a ello se unía el clima de tensión política alentada por la Revolución Cubana. A comienzos de abril la división de Acción Democrática daba nacimiento al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el día 20 el general Jesús María Castro León cruzó la frontera colombiana para apoderarse de la guarnición de Táchira. El militar rebelde venía de Santo Domingo con instrucciones precisas del entorno de “Chapita” Trujillo para el derrocamiento del gobernante. Si bien la tentativa fue frustrada, revelaba ya la frágil estabilidad del ensayo democrático.

Ya antes, en enero, Betancourt denunciaba los planes de Trujillo para derrocarlo y las emisoras dominicanas iniciaban una feroz campaña en su contra. Aquella mañana del 24 de junio, Betancourt se sobrepuso a quebrantos de salud y marchó a presidir el desfile del Día del Ejército en la avenida Los Próceres. Cuando la caravana se aproximaba a la tribuna de honor, un cadillac azul estacionado a la derecha detonó una carga explosiva que cubrió el área. El periodista Miguel de los Santos Reyero relata: “el Presidente reacciona, no ve ni oye, apenas siente un zumbido espantoso, tiene cubierta la cara de sangre, le arde la piel, están destrozados sus anteojos de gruesos aros oscuros y logra con un impulso concentrado abrir la puerta”.

El herido fue atendido en el Clínico Universitario y al día siguiente se dirigió al país y se trasladó a Miraflores, mientras que el coronel Ramón Armas Pérez jefe de la Casa Militar y un transeúnte desprevenido resultaron muertos. Días después fueron identificados y capturados la mayoría de los autores del atentado: Capitán de Navío Eduardo Morales Luengo, Manuel Vicente Yánez Bustamante, Luis Cabrera Sifontes, Carlos Chávez, Juan Manuel Sanoja, Lorenzo Mercado, Luis Álvarez Veitía y Juvenal Zavala quienes aportaron a la policía los detalles de la operación y la vinculación de Trujillo, la cual comprobó posteriormente una comisión de la OEA.

En su VI Reunión de Cancilleres en San José de Costa Rica el organismo como sanción a la injerencia trujillista ordenó el retiro de los embajadores de los países miembros y decidió el bloqueo económico del régimen dominicano. El trujillismo comenzó a sentir los efectos del aislamiento. Un año antes, el 14 de junio de 1959, un grupo de expedicionarios llegó a las costas dominicanas de Constanza, Maimón y Estero Hondo con el objetivo de derrocar al dictador. Al frente se encontraban Enrique Jiménez Moya y el comandante cubano Delio Gómez Ochoa. Jiménez Moya vivió en Caracas como refugiado y allí se concibió el plan de la expedición a la cual se incorporaron varios estudiantes, entre ellos Jorge Giordani, con los años superministro de la economía chavista, quien finalmente no pudo participar. Fidel Castro asumió la responsabilidad de la invasión con el argumento de que Trujillo tenía una fuerza aérea superior a la cubana, ya que disponía de mayor cantidad de aviones y al menos 3.500 efectivos que podrían ser utilizados también por Estados Unidos para frenar su proceso revolucionario mediante una invasión que contaría también con la complicidad del dictador Duvalier en Haíti.

Inicialmente Betancourt habría aportado 250 mil dólares para la acción, pero ahora se inclinaba a aplazarla al considerar que la misma podría resultar políticamente muy costosa en sus consecuencias. Con ese propósito envió a La Habana a Carlos Andrés Pérez para una entrevista con Castro en plena efervescencia revolucionaria. La advertencia de Betancourt fue desoída y Castro ordenó la invasión que fue brutalmente aplastada. Sin embargo, ella marcó el comienzo de grandes acontecimientos: la represión se hizo más intensa, la Iglesia Católica pasó a jugar un papel activo y se produjo el monstruoso asesinato de las hermanas Mirabal, un hecho de notable repercusión internacional. Trujillo se encontraba en cambio en su elemento y se sabía que cuando era informado de la ejecución de un enemigo pedía una explicación detallada, se ajustaba sus lentes de cristales verdes y exclamaba: “¡un hermoso crimen, un hermoso crimen!”.

Betancourt se oponía ahora a la invasión porque seguramente pensaba que de ella resultar fallida, tal como ocurrió, la respuesta de Trujillo no sería contra Cuba, entonces en plena efervescencia revolucionaria, sino que la venganza podría desviarse contra su gobierno enfrentado a graves dificultades y su presunción habría de quedar demostrada un año después con el atentado donde estuvo a punto de perder la vida.

Sin embargo, el año 1961 acentuó las complicaciones para Trujillo. El cerco diplomático y económico generaba un malestar que tocaba incluso su círculo más íntimo. El 30 de mayo, once meses después del frustrado atentado de Caracas, a las 9 de la noche Trujillo salió de su residencia y tomó la avenida George Washington con rumbo a su hacienda “La Fundación”. A los minutos tres carros iniciaron extrañas maniobras alrededor de su auto; se oyó un fuerte cruce de disparos, reinó la confusión y según la versión de un testigo: “Antonio de la Maza cogió a Trujillo por el pecho y después de unas palabras, recordándole el asesinato de su hermano Octavio, le disparó con su pistola 45 en la barbilla, entonces el tirano cayó como un fardo, muerto”. Trujillo era la víctima de otro hermoso crimen.





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