Iluminados, Progreso y Contrabajo
Identidad 30/08/2020 08:00 am         


Es muy probable que los inicios de la música se remitan a la percusión con pies y manos. Luego vendría la música proveniente de las cuerdas de los primeros arcos, aunque el primer instrumento musical



Por Eleazar López-Contreras


Luego vendría la música proveniente de las cuerdas de los primeros arcos, aunque el primer instrumento musical fue una flauta hecha de hueso de buitre, que data de hace 43 mil años

El iluminado predicador bautista norteamericano William Miller determinó que el fin del mundo ocurriría en abril de 1843, según una voz que le ordenó comunicárselo al mundo entero. Ese año apareció un cometa y hubo quien se volvió loco; pero no ocurrió nada (salvo que la tarde oscureció repentinamente y las gallinas se subieron a sus respectivos palos a dormir). En vista de eso, Miller fijó una nueva fecha para el cataclismo, que sería el 21 de marzo del año siguiente. Aproximándose el día, los comerciantes hacían su agosto vendiendo túnicas blancas que adquirían miles de incautos para ascender al cielo (ascending robes, las llamaban); pero todos se quedaron con las batas puestas, encaramados en los techos de las casas y las colinas, esperando a un Dios que no apareció por ningún lado, como parece que nunca aparecerá. Entonces queda claro que el milagrosamente resucitado se le presentó a Magdalena y le dijo que regresaba en unos días y ascendió al Cielo (lo cual pudo hacer porque todavía no existía la Ley de la Gravedad de Newton que lo prohibiera); y que, por lo tanto, desde entonces hay un gentío que lo espera para que le ponga orden a este desastre global y resuciten los muertos (los cuales se mezclarán con los que están vivos y hasta en malas condiciones, porque alguien que murió a los 100 años y que resucite a esa edad, no pasará mucho tiempo sin que se vuelva a morir).

El movimiento anticipatorio de Miller dio origen a la Iglesia Adventista del Séptimo Día; pero dentro de esas tendencias que predicen el fin de los tiempos, hubo un movimiento parecido cuyas manifestaciones tenían que ver con aparecidos, franelas y música. Durante un eclipse de sol en 1889, un enfebrecido chamán indio en el estado norteamericano de Nevada, tuvo una visión en la que fue transportado a la presencia de Dios, quien le indicó que todos los indios, vivos o muertos, serían reunidos en una tierra revitalizada donde todos vivirían sin miseria ni deseos. Parte del asunto residía en que los vivos debían usar una “camisa de fantasma” con dibujos de pajaritos en la tela, y bailar un “baile de fantasmas”. La novedad de esta original y reveladora teofanía residía en que ahora la música y el baile facilitarían el regreso de los difuntos para la reunificación de los indios y la correspondiente destrucción de los blancos.
Otra fantasía, porque la profecía más certera sobre el futuro, en este caso sobre el nuevo milenio, que podemos afirmar que se ha cumplido (ya que Cristo todavía no aparece, ni los indios han regresado de la tumba, a pesar de la bailadera usando camisas de fantasmas), ha sido la formulada por Marshall McLuhan. El profeta social canadiense sostuvo con increíble exactitud, que el nuevo Milenio sería el de las comunicaciones. Y lo ha sido. La gran revolución de nuestros tiempos es la tecnológica, la del intercambio global de conocimiento. La música, que se esparció a través del tocadiscos, el cine, la radio y la televisión, ahora cuenta con el invalorable recurso de Internet y de los teléfonos inteligentes. Sus profetas y democratizadores incluyen a inventores que contribuyeron a la tecnología para la fijación y transmisión de sonidos. McLuhan definió la historia en cuatro etapas: 1) agrícola; 2) mecánica; 3) eléctrica (mass media) y 4) tecnológica (con relevancia de las nuevas tecnologías en el cambio social, las cuales relegaron a la obsolescencia nuestros modos tradicionales). No obstante, ahora todo lo podemos dividir en dos etapas: la Era Manual y la Era Digital: el telégrafo vs el Internet.

En los albores de la prehistoria había cavernícolas y nómadas que iban tras la cacería, hasta que descubrieron la agricultura, la cual pronto dio origen a cánticos y danzas para llamar la lluvia y asegurar las buenas cosechas. No obstante, es muy probable que los inicios de la música se remitieran a la percusión con pies y manos. Luego vendría la música proveniente de las cuerdas de los primeros arcos, aunque el primer instrumento musical fue una flauta hecha de hueso de buitre, que data de hace 43 mil años. Ésta, así como otra de hueso de marfil de mamut, fue hallada alrededor del Río Danubio (el mismo que inspirara El Danubio Azul a Strauss), que fue donde apareció el primer hombre moderno. De modo que desde entonces existía la música creativa, si bien —tal vez— no a la altura estética de los dibujos de la Edad de Piedra hallados en las cuevas y cavernas. Acompañando a la danza, esa música era de carácter ritual o recreativo, y era manejada en forma primitiva por los primeros campesinos.
Ya en la Era Mecánica había toda una gama de instrumentos con la cual surgieron músicas regionales y, por supuesto, la más grande creación del hombre, como lo es la orquesta sinfónica cuyo alcance, según Liszt, lo resumen todas las notas del piano, instrumento que tal vez sea el más grande invento para generar sonidos integrales. La Era Eléctrica vio surgir a los medios de masas, representados por la radio y el fonógrafo, para lo cual hubo de inventarse el micrófono que permitió a los cantantes llamados crooners expresarse íntimamente y no gritando, como solía hacerse en los teatros sin equipos de sonido, donde la voz debía ser proyectada au naturel, para llegar a todos los rincones de la sala.

En esta etapa electrónica, que se solapa con la siguiente, que es la tecnológica de nuestros días, se expandieron las posibilidades digitales de transmisión y registro de los sonidos con la increíble calidad, si bien la música popular todavía no aprovecha todas sus posibilidades, pues la que cultiva la juventud es una de carácter repetitivo y lineal que, además, es poco creativa, tal como el métrico y simplista reguetón, el cual carece de una verdadera musicalidad. Todo ese desarrollo técnico conforma lo que llamamos progreso. En lo que a nosotros nos concierne, éste comenzó con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, donde los indios en general tocaban flautas y tambores, si bien los cercanos a las playas se valían del inmenso botuto para llamar a la guerra o al amor, pues sus ululatos también servían para convocar a la manceba. A veces, los indios iniciaban el cultivo haciendo un llamado con la guarura, para caerle encima a la faena en cambote, o sea, en cayapa. Al no tener acceso al caracol, imitaban su sonido juntando las manos para soplar entre los pulgares y abriendo algunos dedos. El resultante sonido podía ser agudo o ronco; pero es probable que el agudo, proveniente del silbido hecho con la boca, haya tenido su comienzo imitando el canto de las aves.

Los indios venezolanos aprendieron a fabricar instrumentos y a tocarlos, bajo la conducción de los misioneros en el Orinoco, donde también aprendieron el solfeo. Con el tiempo, en los llanos, los indios puros y los mestizos adoptaron el arpa como suya, haciéndose muy diestros en su manejo, como lo atestigua el caso del indio Ignacio Figueredo. En manos de blancos quedaron los instrumentos cultos, como el arpa francesa (que tocaba la madre del Libertador). El arpa y el clavecín acompañaron la celebración de la primera taza de café en Caracas en 1786. Tres años después llegaron partituras e instrumentos adicionales a los ya existentes en la ciudad, que fue cuando se escucharon por primera vez obras de Haydn y Mozart. Entonces ya surgían con fuerza los músicos pardos, mientras que los negros se abocaban a la música popular; a la vez que las muchachas de sociedad cultivaban el fandango en los salones, lo cual hacían con insinuantes desplantes que notaron los nobles franceses que visitaron Caracas en febrero de 1783. Con el tiempo llegaron las habaneras, que se convirtieron en nuestra canción, y los valses que adquirieron elegancia durante los años del guzmancismo (después de 1870).

Los valses desplazaron a los bailes de figuras como la contradanza y la cuadrilla. El siglo veinte entró con buen pie con el pasodoble, reforzado por la fiesta brava, si bien los conjuntos criollos crearon los suyos propios sin la cadencia flamenca. Del pasodoble, eventualmente se pasó a los ritmos norteamericanos, que a su vez, cedieron el paso a los ritmos cubanos frente a los cuales se mantenía lo criollo. Al aparecer los conjuntos y orquestas se popularizaron los saxofones y trompetas y, por supuesto, el contrabajo, que en lugar de tocarse rasgueado, como en la música académica, se utilizaba en pizzicato. Como su función era poco conocida por la gente, Job Pim escribió una fábula en la que un violín se burla de ese instrumento que, según el concertino, cuando se rasga carece de dulzura, porque “ronca como un cochino”. El contrabajo acepta la crítica, pero replica: “Y pues comprendo así cuando cuan poco valgo; / considero muy justa tu protesta / pero ¿qué hacer? El director de orquesta / no prescinde de mí… será por algo…”.








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