Peregrinación que hace memoria, arraigo, ciudad, movimiento para la valoración arquitectónica, embelesa a los participantes de la caminata organizada por la gente de CCS-City-450 el exultante esmeralda de los campos de golf del Caracas Country Club, isla caraqueña de casi cien hectáreas. El mapa urbano se tupe de verde en algunas zonas del valle; una principal es esta urbanización signada por la belleza.
Hoyo a hoyo, la manada urbana avanza cuidadosamente por los bordes del club —no pise la grama, el green— hasta que una voz entusiasta apremia al grupo a volver la mirada hacia arriba, hacia la obra cimera de Tomás Sanabria, ahora cuando el telón blanco, una nube celosa, ha dejado la joya al descubierto: “!Apareció el Humboldt!”. El arquitecto Franco Micucci, de la Fundación Espacio y organizador de estos recorridos seriales, junto con sus colegas Aliz Mena y María Isabel Peña, desliza una línea que reacomoda a la ciudad: “Es que Caracas es muy teatral”.
Césped bien atendido, se poda un día sí y un día no, y nunca deberá medir menos de 4 milímetros, vive de las aguas servidas que son tratadas en el Country, que se ufana de tener un sistema de riegos y suministro independiente de Hidrocapital, institución que vista la dramática sequía mantiene en jaque a la Caracas de tanques azules y pozos decimonónicos ubicados en plazas y parques, y a cada habitante, humano y/o árbol.
Campos de Golf - Caracas Country Club
En dos ocasiones (2006 y 2010) el gobierno de la alcaldía mayor, a la cabeza Juan Barreto, y el central, con Hugo Chávez, barajaron la idea de darle un uso diferente al Country Club, urbanización concebida sin aceras, porque los vecinos, en tiempos de reverencia al automóvil, no caminarían, y construir edificios residenciales en las canchas de golf. El proyecto no se llevó a cabo tras convenirse que en efecto ese pulmón vegetal de Caracas, clasificado como Bien de Interés Cultural de la Nación por el Instituto del Patrimonio Cultural y Patrimonio Moderno por Docomomo Venezuela (asociación vinculada a la UNESCO) sería un terreno de alto nivel freático. Verde gozoso ¿sí debería ser un parque abierto a la ciudad?
Por lo pronto, el debate que sí se activa es el de poder ver lo verde, urgencia que los participantes en este deambular consciente y despabilado, convierten en propuesta que va con éxito al concurso organizado por CCS-City-450: un mirador que supondría la intervención del muro que separa los campos de golf al sur, sobre la Francisco de Miranda —ay Caracas la amurallada—, con una claraboya de vidrio de 20 metros, un banco incluido para el éxtasis, mientras la tapia toda un buen día desaparece. Juan Carlos Parilli y José Alejandro Santana son los arquitectos que suscriben la ocurrencia, entre las diez premiadas.
Por si fuera poco la imagen que embriaga las retinas, los oídos también se engolosinan. Como telón de fondo de la charla andariega, el canto de cuando menos las seis especies de aves que moran los mijaos, mangos, bucares, araguaneyes, palmeras. También seducen las acotaciones de Jonathan Miranda, biólogo y ornitólogo de coleta tan prolongada como su pasión por la naturaleza. Conoce los nombres en latín de todas las especies, sus hábitos —“no se le deben dar semillas a las guacamayas, no las alimenta” —, su vida íntima —“sí, las guacamayas son monógamas” —, y puede reconocerlas al verlas o por sus cantos. A lo lejos detecta a un búho. “Caracas tiene 450 especies de aves”, dice. “Pocas ciudades del mundo, poquísimas, tienen tal biodiversidad”.
Las reglas del juego de golf también son acotaciones hechas a cada paso y con conocimiento de causa por Carlos Enrique Pérez, Calique, arquitecto y guía caraqueño estudioso de la historia y el anecdotario, amén de actor y empedernido jugador de este deporte zen. El primer club de golf del país nace en 1918 en terrenos de la Sucesión Uslar, en la Hacienda La Vega, y a los pocos años se muda a lo que entonces era las afueras de la ciudad, al este, es decir, aquí mismo, donde el paisajismo se convierte en imán para los primeros habitantes de la urbanización de estreno, el Country Club, obra fechada en la década de los veinte.
El diseño paisajístico es impecable, tanto que permanece a buen resguardo, bajo el rótulo No. 7947, en las carpetas de las obras fundamentales en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en Washington. Un oasis que suscribe la firma de arquitectura paisajista Olmsted Associates, que no es otra que “la oficina más importante de la época, fundada por Frederick Law Olmsted, autor, entre otras obras, del Central Park de Nueva York”, según suscribe en una publicación de arquitectura Hannia Gómez, cabeza de Docomomo, texto con cuya lectura complementa el anecdotario el arquitecto Carlos Guinand Baldó.
Hijo de Carlos Guinand Sandoz, uno de los primeros arquitectos venezolanos —se graduó en Alemania en 1913—, y quien trabajó en llave con el arquitecto estadounidense Clifford Charles Wendehack, Guinand Baldó comenta en el patio interior de la casa de la hacienda, la sede del Club del Country: “Claro que la impronta de papá está patente en esta edificación, su estilo, su gusto, su participación fue más allá de la revisión de la obra, él tuvo que ver directamente con la selección de los materiales”, y los ojos de todos van a las losas añosas que contienen escenas de la vida en el campo. Era esta una hacienda de café, y colgado en las paredes de la casona, un letrero provoca suspiros: “En esta casa, en 1776, se tomó la primera taza de café de Caracas”.
Country Club (Caracas)
El espíritu Olmsted debió imbuirse de ese aroma, de aquel vergel, de aquellas aves exóticas. Fue ambientalista pionero. “Conservar los escenarios y los objetos naturales e históricos y la vida silvestre existente para proveer su aprovechamiento de tal manera que puedan permanecer intactas para el disfrute de las generaciones futuras…” Así, mantuvo la topografía natural de las faldas del Ávila. Frederick Law Olmsted Jr., le da pistas para su deducción: “El Caracas Country Club es el único lugar de la ciudad donde uno puede ver cómo era el panorama original del valle de Caracas antes de que fuera construida la ciudad”.
Urbanización que pertenece al Municipio Chacao separada del Municipio Libertador por la Quebrada Chacaíto, el Country Club, que se extiende sobre las tierras de las antiguas fincas Blandín y picotea en otras, Lecuna, El Samán y La Granja, ha mantenido como vía de acceso la calle que sería el antiguo camino hacia la hacienda Blandín, ese famosa túnel vegetal en dirección norte sur hasta desembocar en Chacaíto y sombrea la celebérrima hilera de bambúes. Sombreaba. El fuego de las protestas de 2017 daría al traste con este bosque, aunque tal y como acota el arquitecto Orlando Marín, del Arquitour de Chacao, se hacen las gestiones para devolver el entramado que hacía de esa avenida trayecto escoltado de belleza y echó raíz en el imaginario caraqueño.
“Trabajando con paisajes reales existentes, me guía la inducción impresa en mí por mi padre: cuando uno se hace responsable de tales paisajes, su primer deber es proteger y perpetuar lo que de bello y de inspirador existe en ellos gracias a la naturaleza y a circunstancias fuera de nuestro alcance, y así, humildemente subordinar a tal propósito cualquier impulso de ejercer sobre éstos las propias habilidades como diseñador”, diría con la convicción del visionario Frederick Law Olmsted hijo, quien, con revolucionario sentido de preservación, refrenda la hermosa privilegiada urbanización y adivina el acoso de la voracidad.