La democracia, clorofila de Los Palos Grandes
Identidad 05/06/2019 05:00 am         


Por Faitha Nahmens Larrazábal: Zona maja y de mijaos, zona verde y agrisada



“Es sexy y nunca pasa de moda”. Así define la urbanización la periodista y activista ciudadana Elsy Manzanares.

Los Palos Grandes, lugar común de buena vecindad, acogedora sala de estar de 21.320 habitantes detenta entre sus encantos ser un vecindario devenido cofradía. Inmigrantes europeos —polacos, checos, españoles, italianos— integrados a los nativos del valle han conformado una comunidad cohesionada de gentes comprometidas con esa escenografía que celan tanto, devenida el Soho caraqueño.

Habitada en abrumadora mayoría por profesionales y profesores universitarios cuenta más que con pobladores con convencidos defensores de las mejores causas ciudadanas. Como el derecho a ser flaneur. Es así como empeñaron hace 30 años en tener aceras, no acequias, y lo lograron. Y es así como cerraron filas para impedir que la fachada de singulares aleros del edificio Atlantic, trazo del napolitano Angelo Di Sapio, fuera destruida; ahora la construcción es bien patrimonial de arquitectura. Y así mismo es como hicieron realidad el sueño de tener un ágora propia: la Plaza de Los Palos Grandes. Que no es cualquier plaza.

Ese rectángulo vital que exuda libertad, es democracia que se retroalimenta; hecho a pulso desde la voluntad ciudadana es un taller en tiempo real de convivencia republicana. “No solo es ejemplo de conquistas tangibles e intangibles en la ciudad, diría que es paradigma en América Latina”, desliza la arquitecto María Isabel Peña, cabeza de ese movimiento urbano llamado CCS-City-450. Inaugurada hace nueve años, estuvo entre ceja y ceja de los vecinos desde hace 14, cuando se empeñaron en que aquel estacionamiento circundado de pequeños locales comerciales se convirtiera en lo que es ahora mismo, lugar de encuentro donde ver una proyección cinematográfica al aire libre, asistir a una charla en la Biblioteca Eugenio Montejo o en la Herrera Luque, o ver una exposición en la sala Álvaro Sotillo. Hicieron la propuesta a la alcaldía y en un civilizado alimón la convirtieron en patio común en el que unos juegan ajedrez, los pequeños corretean junto a los chorros de agua, los jóvenes se besan.

Plaza cuya belleza suscrita por el arquitecto Edwin Otero se remoza a propósito de la inminente conmemoración —corrección del piso, nueva luminaria— es imán en horario corrido del reencuentro y la poesía; para muestra ver en aquella mesita al caballero de barbas blancas que siempre toma café, Armando Rojas Guardia, dilecto habitué. Colindante con la tercera avenida, los palograndinos, ávidos en tiempos críticos de calidad de vida, podrían querer que se prolongase el espíritu libertario hasta la histórica vía de perspectiva infinita, de aquí hasta el Ávila. Es la propuesta de Melín Nava, arquitecto y militante de la causas cívicas: alargar la energía de la plaza a todo lo largo de un bulevar flanqueado a ambas orillas de ventorrillos y cafés mientras al medio van niños, perros, gatos, bicis y ni un carro.

Pensar que no hace mucho aquella avenida de sutil pendiente fue camino de tierra, transitado por recuas de mulas con sus cargas de flores y hortalizas. En las otras cinco avenidas no debió ser muy distinto. El ejercicio de memoria rastrearía entre documentos y archivos históricos el año cuando se construyó la avenida principal. Fue en 1929 y es el camino —hacerlo, andar, avanzar— el punto de partida y la partida de nacimiento de Los Palos Grandes. No será casual entonces que la imagen de este aniversario, los 90, sea la calle y lo que simboliza, el anhelo de ir, la tentadora posibilidad de llegar.

“Luego se construyó el club”, otra decisión que marca la idiosincrasia de Los Palos Grandes: antes que otra cosa la primera obra que sería alzada es una edificación para el encuentro de la comunidad; el espíritu de clan como móvil. “Obra de arquitectura neocolonial, domina un vasto conjunto de áreas de esparcimiento ubicado sobre el piedemonte, contemplando el valle de Caracas; el club fue un atractivo inmobiliario del futuro desarrollo. Actualmente, es el club de la comunidad catalana”, dicen las escrituras.

Centro Catalán de Caracas, 73 años cultivando valores

Los Palos Grandes, muestrario arquitectónico de la modernidad, se despidió pronto de los techos rojos y las balaustradas y materiales nuevos dieron sostén a los sueños de cambio y la ilusión futurista de vidrios, metales, rejas de hierro sin perifollos ni arabescos. Construcciones señeras comenzaron a hacerse leyenda, y fueron demoliéndose las casas —antes de la picota que ha sido tan combatida como tenaz sumaban 400— a favor de los edificios residenciales de conveniente progresión; a estas alturas la urbanización seduce por su arquitectura de amable escala.

Y los nombres de cada edificio —aquí nunca números— dan cuenta de que la remembranza con pasaporte es también esencia de la urbanización, parte en su momento de uno de los llamados distritos petroleros y de la impronta italiana: Texas, Dallas, Niza, todos con mezzanina, claro; y la Casa González Gorrondona. Es también territorio de construcciones señeras que albergan comercios y oficinas, como los celebérrimos Centro Plaza, Edificio Mene Grande, la Torre HP, Torre Telefónica y Parque Cristal, obra premiada de Jimmy Alcock, cuya mayor audacia fue incorporarlo, con su planta libre, a la ciudad y a la dinámica febril del Metro. No fue fácil convencer a los promotores de que esa boca pública, cuyas fauces se abren allí, en la estación Miranda, era una alianza con la ciudadanía, no un peligro.

La arquitecto Anabella García recuerda cuando se mudaron a la zona, ella no pasaba los 8, sus padres y los padres de sus nuevas amigas, sus vecinos, eran jóvenes de pantalones campana que estrenaban sus apartamentos y sus vidas de familia. Los comercios como ahora, a ras de la calle, hacían guiños al paseante que recorría a pie, buenas tardes señora, las tintorerías, farmacias, abastos, ferreterías, galerías, panaderías y cafés. Sigue siendo así. Los brocales, ningún territorio es más democrático, la acera nos iguala, contienen la huella incesante de los que llevan prisa porque el pan, cuyo aroma es una campanada pavloviana, salió del horno, está carísima la canilla. O los pasos calmos de los van de paseo con sus perros, pero qué coqueto está con su pañuelo Federico.

Todos se conocen entre sí, saben quién se mudó y cuándo —el por qué es innecesario decirlo— y a dónde se fueron los hijos, a aquella latitud que se rastrea con tenacidad desde nuestro imperfecto radar virtual. La urbanización pese a las tapias en alza propone como opción cotidiana el afuera, el considerar prolongación de la casa las cuadrículas recortadas como el damero fundacional y las vías aun sembradas de mijaos, verde recordatorio del otrora territorio de haciendas que antes de convertirse en este desarrollo urbanístico fue propiedad de Trinidad Delorenzi de Martínez, quien a su vez lo heredó de su madre, María de Jesús Ribas de Delorenzi, y ésta de su padre, Juan Nepomuceno Ribas y este de su abuelo, Marco José de Ribas. Piezas magistrales de la naturaleza, Los Palos Grandes le debe, a la enormidad de los mijaos, su nombre. Pueden medir hasta 30 metros.

Los Palos Grandes constituye asimismo un enclave turístico de la ciudad gracias a la famosa Cuadra Gastronómica y a los numerosos restaurantes de exóticos menús, sus cafés, sus festivales culinarios, más escasos por la apremiante circunstancia, los restaurantes que los organizan convertidos en red de solidaridad y altruismo, en la resistencia. Los aromas hablan de las distintas sazones que vienen de los fogones diversos. También se cocina cultura. La Sala Cabrujas sostiene una agenda fílmica, teatral y de debates, así como la Poeteca y la Fundación para la Cultura Urbana, al pie de la letra, triangulan belleza. Gozo.

Sala Cabrujas

En esta zona del este caraqueño donde estuvo anclado el Coney Island y el Pin 5, las sonrisas son boomerang: se devuelven; acaso porque por si fuera poco esta urbanización del este caraqueño es espacio cimero de recreación, con el Ávila al Norte desde donde se descuelgan el verde y la quebrada Sebucán, y el Parque del Este al sur.

Claro, la noche empieza ahora más temprano en lo que fuera los antiguos extramuros de la ciudad, pero mientras el deslave político que nos zarandea pasa, y pasan la crujía y la miseria, en este codiciado territorio no se dejan de producir ocurrencias modélicas. Nadie ceja en el intento terco de reconstruir, en la ruptura, el pensamiento urbano. El aniversario 90 ha puesto a los vecinos a inventar un justificado festejo que celebrará el futuro a la vez que apuesta más que a la desangelada nostalgia a la defensa de la memoria. El cumpleaños de Los Palos Grandes será celebración de toda Caracas. Para mirar y admirar lo que está, lo que vale.

Las fachadas son ya objeto de una exposición, la añoranza por el Gran Café el motivo de un inminente performance musical y a media luz, el anhelo de la Luna traerá mesitas a la carta. Lo que se quiere ser se va a hacer. Mientras las 22 propuestas recibidas para compendiar la urbanización en un logotipo serán reducidas por un jurado experto en tres, de entre las que los palograndinos escogerán la ganadora en voto público, en la ciudad de la furia, en el valle de lágrimas, en la Caracas heterodoxa y desarticulada, unos vecinos se niegan a tirar la toalla. Palos de vecinos, grandes que son.






VISITA NUESTRAS REDES SOCIALES
© 2024 EnElTapete.com Derechos Reservados