El 4-F en Blanco y Negro
Política 07/02/2021 08:00 am         


En el análisis clásico la intentona de febrero de 1992 fue un golpe abortado, pero tuvo un efecto sísmico en la estructura política venezolana que ya daba signos de agotamiento.



A las 11:00 de la noche del 3 de febrero, cuando el coronel Marcelino Rincón Noriega reportó telefónicamente al ministro de la Defensa, Fernando Ochoa Antich, que la Primera División del Ejército en Maracaibo se había rebelado, el alto oficial casi suelta el teléfono. Minutos antes había dejado al presidente Carlos Andrés Pérez en La Casona a su regreso de Davos, y durante ese día visitó en labores de rutina la capital zuliana sin observar signo alguno de anormalidad. Cuando Ochoa llamó al presidente Pérez para informarle de la situación, ya éste había sido informado del hecho por el periodista Pastor Heydra y abandonaba la residencia presidencial se dirigía a Miraflores. Comenzaba la rebelión del 4 de febrero. El plan de capturar a Pérez en La Casona se había frustrado, pero el comandante Joel Acosta Chirinos, encargado de la operación, tomaba la base aérea Francisco de Miranda en La Carlota con una compañía de paracaidista al mando del capitán Gerardo Márquez. El comandante Francisco Arias Cárdenas tenía cautivo al gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, y sus fuerzas ocupaban la mayoría de las instalaciones militares. El comandante Jesús Urdaneta Hernández controlaba la Plaza de Maracay.


EN EL MUSEO MILITAR

El comandante Hugo Chávez Frías llegaba a la colina de La Planicie (Museo Histórico Militar), donde encontró un ambiente confuso. En Valencia, el capitán Luis Rafael Valderrama tenía ya el control del batallón blindado "Pedro León Torres". Y un comando iniciaba el ataque a Miraflores con tanquetas. Pérez llegó a un Palacio en tinieblas y encontró en su despacho a Luis Alfaro Ucero, quien lo recibió con una pregunta: ¿Presidente, dónde está su ministro de la Defensa? Pérez explicó que estaba al frente de sus responsabilidades profesionales y el caudillo oriental, con zamarrería, le dijo: "Ya Betancourt lo hubiera destituido". Persuadido de que en esas situaciones se requiere de una iniciativa audaz de opinión, Pérez se dirigió a un canal de televisión y desde Venevisión le habló al país para anunciar el fracaso de los sediciosos. Su primera comparecencia no pareció muy convincente para los televidentes, que a esa hora ya tenían conocimiento de la acción. El exalcalde del municipio Libertador, Freddy Bernal, jefe del grupo Ceta de la Policía Metropolitana y antiperecista a muerte, tuvo a escasos metros al personaje que iba a ser objeto de un magnicidio, pero él ignoraba la conspiración en marcha.

Meses después, Bernal fue pieza clave en el alzamiento del 27 de noviembre del mismo año. La segunda presentación del Presidente, ya en compañía del ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich y el ministro de Relaciones Interiores, Virgilio Ávila Vivas, llevó mayor confianza a una población que estaba convencida de que los "madrugonazos" pertenecían al pasado. Eduardo Fernández, Teodoro Petkoff, David Morales Bello y el banquero Orlando Castro, entre otros, condenaban desde la televisora un golpe cuyo alcance se desconocía. La ministra encargada de Relaciones Exteriores, Rosario Orellana, llamó al ex presidente Caldera y le planteó la conveniencia de que se hiciera presente en el canal. Caldera le aseguró que iría. Mientras a la Quinta “Tinajero” su residencia llegaban amigos del ex mandatario. Las versiones eran contradictorias; Se desconocía el nombre del cabecilla de la asonada y nadie podía imaginarse a esa hora que estaba en marcha la acción conspirativa más completa en la historia del país, la que lograba la mayor acumulación de poder de fuego y ejercía el más férreo control de los espacios militarmente estratégicos.

Pérez regresó a Miraflores y convocó al Consejo de Ministros para suspender las garantías constitucionales. La situación en el Museo Militar había sido sofocada -según los rebeldes por fallas en los sistemas de comunicación- pero se escuchaban disparos en la base “Francisco de Miranda”. Maracay, Maracaibo y Valencia seguían bajo dominio de los insurrectos. Pérez insistía ante Ochoa Antich en que debían usarse todos los recursos para reducir la sublevación. Pero en el alto mando no existía una posición común sobre lo que debía hacerse. El Congreso Nacional convocó a sesión extraordinaria para debatir el decreto de suspensión de los derechos constitucionales. Caldera, sin decir muchas palabras, salió de “Tinajero” y cuando su automóvil pasó frente a las instalaciones de la Pepsi Cola en la avenida Rómulo Gallegos, observó a un grupo de vecinos que salía a la calle gritando "abajo los políticos". Durante el trayecto guardó silencio, pero sin duda el gesto espontáneo de esos ciudadanos debió influir en su discurso de horas después. En la puerta del Palacio Legislativo fue recibido por el ministro de Relaciones Parlamentarias, Jesús Carmona, quien le informó que el jefe de la rebelión era el teniente coronel Hugo Chávez Frías y que minutos antes se había rendido. Caldera preguntó quién era el militar y Carmona le dijo que lo conocía ampliamente y que tuvo una estrecha relación cuando Chávez presidía el comité organizador de las fiestas de Elorza y él era ministro de la Secretaría, dos años atrás. Muy cerca en su curul leía una revista el senador Ramón J. Velásquez. Chávez apareció con su histórico "por ahora" y Caldera aprovechó la tribuna parlamentaria para marcar distancia en relación con quienes hacían una condena total de los hechos, alegando las deficiencias de la democracia y un explosivo cuadro social.


ALIANZA HISTORICA

Casi a la misma hora, Chávez y Caldera se asociaron históricamente para gobernar el país en los años siguientes. Se trataba de un síntoma de colapso: Los partidos tradicionales y los factores de poder interpretaron el hecho como una típica asonada golpista. Era entonces imposible que estos niveles dirigentes percibieran la intentona "bolivariana" más allá de sus implicaciones militares, pero no fue así para buena parte del país. En las encuestas que expertos norteamericanos hicieron en los días siguientes al 4-F, Chávez aparecía con 80% de popularidad a una distancia sideral de los políticos profesionales. También a partir de aquel día el país entró en un estado de inestabilidad y conmoción. Un día del marzo siguiente, el ministro Ochoa Antich, alegando la existencia de una delicada situación militar, convenció a la dirección copeyana de que era necesario fortalecer el gobierno con la presencia de ministros democratacristianos. Tres meses duró el ensayo. ¿Pero acaso en ese tiempo se produjo una rectificación significativa o una reflexión siquiera sobre los cambios que ya resultaban inaplazables? Antes, por el contrario, el apoyo copeyano fortaleció la visión más elemental y cuestionada del bipartidismo.

El año 1992 terminó con el alzamiento del 27 de noviembre. La conspiración, que incorporó a oficiales de alto rango de la Armada y la Fuerza Aérea, sirvió para evidenciar un malestar ya generalizado en los mandos castrenses y para potenciar el clima de inestabilidad e incertidumbre que tuvo su expresión meses después con el juicio y la posterior renuncia de Pérez, operación dirigida y celebrada por los soportes del sistema como una manera de conjurar la creciente crispación política. La salida de Pérez, paradójicamente, debilitó aún más el establecimiento institucional y representó un estímulo para las fuerzas que apuntaban hacia un confuso cambio de fondo. Caldera, consecuente con su discurso el 4-F, detonó la unidad de Copei consciente de que la estructura partidista, tal como existía, no era expresión legitima de las bases, lo que había demostrado días antes la victoria de Oswaldo Álvarez Paz frente a la estructura aparentemente inexpugnable de Eduardo Fernández. En AD, en elecciones de base, Claudio Fermín pulverizó el terrorífico aparato de Alfaro Ucero para la nominación presidencial y la Causa R recogía la expectativa más radical de este proceso y de una organización electoral modesta se convertía en una fuerza determinante en la escena nacional. La victoria de Caldera en 1993 contribuyó en la línea de estimular los efectos de aquella fractura histórica y aceleró el deterioro de las maquinarias tradicionales. En febrero de 1994, cuando Chávez abandonó la cárcel de Yare, en el análisis convencional se trataba de un golpista fracasado. En ese momento no se reparaba en un hecho demasiado cierto. Sin quererlo, Chávez era el beneficiario final de la onda transformadora que inevitablemente dibujaba los escenarios del futuro. Los primeros meses de 1998, cuando su candidatura, cultivada durante cinco años en un laborioso trabajo de masas, subió en las encuestas y se convirtió en una tendencia irreversible, se había agotado el tiempo para las rectificaciones. Durante esos años, los factores de poder no se dieron cuenta de que el 4-F, fue ciertamente, un golpe abortado en el cual quedó en entredicho la capacidad estratégica de su jefe, pero que tuvo el efecto de un sismo que iba a reproducirse con mayor intensidad en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998. Ahora Chávez accedía al poder mediante el voto democrático.


ANÁLISIS SOBRE EL 4 DE FEBRERO DE 1992 - YouTube







VISITA NUESTRAS REDES SOCIALES
© 2024 EnElTapete.com Derechos Reservados