En los últimos días pareciera que se desvanece el riesgo -que por algunos momentos pareció inevitable- de la intervención extranjera en Venezuela; tal como habían vislumbrado voceros norteamericanos como Mike Pompeo, John Bolton y Elliott Abrams. Si bien el "Grupo de Lima" y la Unión Europea (UE) habían insinuado la conveniencia de un acuerdo en función electoral, mantenían sin embargo una estrecha vinculación con los planteamientos del gobierno de Donald Trump. La constitución del Grupo de Contacto Internacional (GCI) en Montevideo, integrado por Uruguay, México, Bolivia y otros países caribeños con la presencia de la vocera de la UE, Federica Mogherini, abrió espacio para un acercamiento que facilitara la celebración de elecciones generales en el mediano plazo. Obviamente el planteamiento del Grupo marcó una diferencia con la postura radical de las naciones que suscribían opciones mucho más radicales en materia de sanciones.
El pasado domingo Nicolás Maduro declaró que está dispuesto a abordar el camino electoral en una clara aproximación a los llamados"contactos". Al día siguiente el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador declaró que su país mantenía las líneas del acuerdo y que él personalmente podría fungir de negociador; en lenguaje parecido se expresó el canciller de España Josep Borrell y la alta representante europea, todo lo cual es interpretado como la apertura (después de meses de una grave radicalización que prometía solo el camino de la confrontación y la violencia) de un espacio para la negociación que por primera vez el propio Maduro ha considerado posible y hasta necesario ante la severa complicación de la crisis venezolana que en términos prácticos debilita su mandato y que como consecuencia reforzaría una salida traumática.
¿Fueron simples gestos mediáticos las declaraciones de Maduro? ¿Hasta dónde es posible fijar las bases de un acuerdo que no suponga la incursión extranjera? Habría que esperar las reacciones de los demás países y de la Casa Blanca para confiar en la viabilidad de una fórmula que aleje el fantasma de la intervención militar y la aplicación de sanciones más severas y drásticas para un país que ya presenta las características de una devastación económica y social.
Todo está sobre el tapete.