A los hechos registrados el 30 de abril con la liberación de Leopoldo López; el fallido pronunciamiento militar en el Distribuidor Altamira; ahora la detención del vicepresidente de la AN Edgar Zambrano y su espectacular traslado en una grúa hasta los calabozos del Sebin en El Helicoide y la solicitud de allanamiento de la inmunidad parlamentaria de varios diputados opositores; además de las categóricas advertencias de Estados Unidos y Colombia que exigen respuestas inmediatas al recrudecimiento de la represión, se añaden nuevos y graves factores de presión a un cuadro ya de máxima conflictividad. Ello ocurre justamente cuando el Grupo Internacional de Contacto (GIC) y la Unión Europea se reúnen en Costa Rica y voceros de la ONU e incluso del Grupo de Lima promueven una negociación que baje las tensiones que ya desbordan las fronteras del país e incluso se convierten en “manzana de la discordia” entre los grandes factores del poder mundial.

Como se ha dicho, la crisis venezolana es única en sus características y seguramente en sus posibles desenlaces, por cuanto en ella se conjugan la polarización en el plano político, el desbordamiento de la violencia social y un cuadro de hiperinflación que según los más cautelosos datos supone la caída de la mitad de la economía en su conjunto. Todo ello para algunos analistas configura una especie de “Siria blanda”, en alusión a la larga guerra de aquel país. Si bien ello es cierto, ahora con la tendencia a la radicalización de los actores, pese a propuestas de negociación y acuerdo para encontrar mediante la vía electoral (la única que se conoce capaz de conjurar situaciones de este tipo) se vislumbra un horizonte de impredecibles consecuencias y protagonizado por un régimen que acentúa su vocación represiva al margen de consideraciones legales y una dirigencia opositora que gracias al apoyo de factores internacionales interesados en la conflictividad, también confía en una salida que necesariamente conduce a la guerra.

De esta manera, más que el ejemplo de la Siria de Bashar Al Assad, la crisis venezolana parece haber escogido el camino tortuoso y también incierto del régimen de Recep Tayyip Erdogan en Turquía.