Un solo hoyo o el sexo no es como el golf
Bulevar 28/04/2019 09:00 am         


Unos de los embrujos del sexo



El presidente de XXX ha lanzado un edicto en el que prohíbe el sexo oral. Lo considera cosa inconveniente. Para él la boca es solo para comer —queda claro que nunca le han susurrado cómeme, ni siquiera le han besado por debajito— de modo que desviar los labios y la lengua más allá de la cuchara de sopa e ir a por otros jugos resulta inaceptable; con semejante juicio se lleva por los cachos al 69 y deja boquiabertos a millones. 
 
Unos de los embrujos del sexo, amén del sexo mismo, a juicio del humorista Claudio Nazoa, es que sigue siendo una actividad clandestina; prohibida. Eso lo hace más excitante. Pero esto va más allá. Es escandaloso que en pleno siglo XXI alguien considere delito una de sus manifestaciones más emblemáticas y socorridas de esta actividad primordial. Lo peor es que se considera abominable sentir y en XXX, para evitarlo se prescinde de una de las partes corporales femeninas desde las cuales el placer es convocado —se llama ablación a la amputación del clítoris—, de manera que la mujer no caiga jamás en la tentación, se entregue a sus delicias y descubra a Eros, que es la vida. 

Vinculado con todo, según Freud, que ha de llorar en su tumba, asombra el miedo que sigue produciendo el sexo y cómo se asocia desdeñosamente con pecado. Conducta impropia. En España donde hablar de destape y liberación sexual a estas alturas del posfranquismo —y la Historia— parecería demodé, también el tópico íntimo levanta polvareda. Los ibéricos la emprenden, por su parte, contra el sexo anal que al parecer tiene demasiados cultores. Se trata, según explican, más que de proscribir una forma de coito, conminar a la gente a que vuelva a citarse en el sitio inicial, el único que conduce a la meca de la fecundación. Quieren que haya mucho sexo para que nazcan muchos bebés: las tasas de natalidad están peligrosamente estancadas. La cama, pues, es asunto de estado y de gobiernos, no como problema de ¿salud pública? sino como territorio para acotar. De orden y convención. 

Mientras por un lado proliferan las playas nudistas y las tetas sopladas se desborden en vallas y por entre los descotes, la sexualidad debe tener límites para XXX: solo deben juntarse entre sí los labios superiores; en cuanto a la tierra de Yerma, atentos con el sexo: ha de servir prioritariamente para la procreación. Cabe suponer que en ambos puntos habrá que cerrar el Kamasutra, esa milenaria biblia del sexo —perdón, guía— que ilustra las distintas formas de expresión de la sexualidad desde la devoción por el placer en coyunda cómplice. En lo sucesivo, cero regodeo por montañas y bosques, cero intento de explorar diferentes abismos. Al sexo, acto al que tamiza la cultura, reduce la pornografía, le da horario la religión, lo niega la moral castradora de los represores.

Gente que volvería a censurar El último tango en París y que creerá que el golf es un juego que promueve la concupiscencia a punta de premiar entre palos, bolas y hoyos abiertos y a ojos vista la penetración exacta, ahí, gente que decide qué oquedades son válidas, seguro querrían venir a cerrar la caverna de tres metros de profundidad del bulevar de El Cafetal donde fue devorado un autobús y fue un parto sacarlo.





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