Como ocurre con la fulana guerra económica, sucede con el supuesto ataque cibernético que habría causado la oscurana. Con todo y la tenaz reiteración de los términos no consiguen los cultores de la neolengua que cuajen semejantes teorías, sin pizca de asidero. Según el analista y consultor de opinión, Luis Vicente León, no es significativo el porcentaje de creyentes al respecto; no ladran los perros, no ahora, tendrán que admitir los afectos a la posverdad. Aquellos que inventan pájaros como si fueran twitts que vuelan del más allá e intentan la conseja cervantina. Al parecer ha ocurrido lo mismo que con la supuesta reunión sostenida a hurtadillas entre un Guaidó con capucha y Cabello. Nadie se cree el cuento.
A lo que sí podría llamarse guerra económica es al juego del tiro al blanco contra la industria, ahora mismo a 30 por ciento de su capacidad (exangües Agroisleña y demás). O al proceso de asfixia de la producción nacional, luego de las expropiaciones fallidas y cuando las fincas quedaron al garete. Igual de rocambolesca la Guerra eléctrica . El remoquete que le cuadra al sabotaje gubernamental contra los usuarios del servicio cuando decide no hacerle mantenimiento a la infraestructura que produce la energía echada al estricote y no repotenciada, pese al aumento de la población. Cuando deja los proyectos de ampliación y expansión a la mitad o sin comenzar, pero con los presupuestos aprobados. ¿Dónde están los reales?
“Las inversiones y contrataciones en el sistema eléctrico constituyen el mayor fraude de la historia reciente”, escribe Ascención Reyes en 2001. Según la ONG Transparencia Venezuela, el clientelismo político, la corrupción, malas e ineficientes inversiones produjeron el caos que apagó la luz. ¿No es esta la verdadera guerra económica, con bajas incluidas? Según la Asamblea Nacional se trata de un desfalco y ocurrió en los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
El tabloide recoge la opinión del diputado Jorge Millán: “A partir de 2010 comenzaron las adjudicaciones a dedo, se aprobaron 42 proyectos de los cuales 16 no figuran en el Plan de Desarrollo del Sistema Electríco y el costo pasó de 800 dólares por kilovatio a 2.778. El daño patrimonial es de 25.381 millones”. Al sobreprecio. Lo llama corrupción masiva. Entonces la Contraloría reaparece como organismo que ejerce para investigar los bienes de Guaidó.
Porque la AN pide a la Fiscalía investigar a los funcionarios a cargo y la posible red armada con 28 empresas privadas, locales y foráneas, entre ellas Impregiro, Vincler, Odebrecht y Derwick, que estarían involucradas en el asunto. Habrían actuado en Tocoma, Planta Guarenas, Raiza I y Proyecto Arismendi. “En Tocoma, Odebrecht debió colocar 10 turbinas e inaugurar la obra en 2010 y solo instalaron una”, añade Millán. Sigue el predicamento así: “En Planta Guarenas se instalaron equipos usados y se pagaron como nuevos. Raiza I sigue fuera de servicio”. Las bocas quedan abiertas. “Y el Proyecto Arismendi en Nueva Esparta que era una planta de gas es otro en veremos: una vez que la montan es que notan que no había conexión para gas”.
Tiempos de realidad que hiere y discurso que maquilla, tiempo de máscaras y vida más cara, no conquistan pues ni al más incauto las tesis del saboteo imperialista, que habría logrado apagar al país el 7 de marzo y por 150 horas seguidas, o las del misil lanzado desde el Pentágono desde el arcabuz teledirigido de un terrorista que apuntó directo al Guri, no a otro punto más contundente. Debe saberse que el gobierno invirtió 40 mil millones de dólares en plantas termoeléctricas que solo han aportado 9 mil megawatios. Debe saberse que tal exabrupto es la verdadera violencia. Un disparo en la esperanza. En la confianza. A la democracia.
Las argumentaciones descabelladas, soportadas en un suceso anunciado por años y ¡por el mismo gobierno! que culpa otros son solo eso: increíbles. Para algunos censores, justamente morderse la lengua podría ser una opción: el 16 de marzo de 2016 el general Luis Motta Domínguez diría que “el servicio eléctrico puede colapsar en un mes si no se toman las correcciones que urgen”. ¿Las tomaron? ¿No continuaron los apagones, pues? ¿Cómo olvidar a Chacumbele?
Al parecer en el país la cifra total de apagones en el mes de enero de 2019 fue de 1025, duplicando la del año pasado a la fecha, según el seguimiento que del drama hace el Comité de Afectados por Apagones que dirige Aixa López. Que los desglosa así: en el Distrito Federal solo en enero se registraron 32 apagones, 87 en Miranda, 88 en Nueva Esparta, 103 en Zulia, 25 en Vargas y 26 en Sucre.
Ocurrencia lanzada al aire para justificar ante la gradería no la intermitencia del cojo servicio sino la ausencia absoluta de electricidad en todo el territorio nacional, las penurias de la represa inaugurada en los sesentas y convertida en sostén íngrimo de luz en el país son de pronóstico reservado. Oculta tras matorrales que la hacen inaccesible, con incendios en la zona, desgastadas sus capacidades, no da más. Cierto que es una de las más grandes del mundo y cuenta con una capacidad de 10 mil kilowatios, pero Guri está comprometido. Requiere de la atención negada hasta el black out. Dejaron de funcionar las diez unidades generadoras de la casa de máquinas. Mutis hizo.
“El parque término en operaciones es vulnerable por el incumplimiento reiterado de los lapsos de mantenimiento”, diría un estudio del ingeniero eléctrico Manuel Guevara, fechado justamente hace dos años: 27 de marzo de 2016. “Es muy fuerte la caída de la demanda eléctrica por la crisis económica y las medidas de racionamiento”, añade el informe, que insiste en subrayar que “muchas de las plantas que vienen operando con combustible gasoil (porque no hay suficiente gas) no han recibido el mantenimiento regular al que deben someterse”. ¿Entonces llegó el tuqueque?
“A la fecha lo que esperan la autoridades es que llueva”. Y añade: “A pesar de los riesgos, Corpoelec continúa explotando Guri, zona llamada por los especialistas y las propias autoridades de colapso”. Las recomendaciones de esta investigación sugieren que Corpoelec debería presentar un plan de racionamiento y comprometerse a su cumplimiento, para reducir los daños sobre los artefactos y equipos. Ay, qué pesar. Y añade: “Es fundamental preservar funcionamiento de los servicios: Hidroven, Metro, ferrocarril, hospitales, alumbrado público y preservar la cadena de frío”. Se refiere a plantas alternativas que fue en un momento extraña ley de cumplimiento obligatorio para centros comerciales: resuelvan ustedes lo que nosotros no haremos. Y cierra la presentación de Guevara con el anhelo incumplido que devino profecía: “En ningún caso será un apagón total”
En efecto, se anunció el racionamiento del servicio, la reactivación de Planta Centro y acortar los horarios de trabajo en las oficinas. Pero ¿sirvió de algo el paño tibio? Un grupo de ingenieros venezolanos plantea ahora eso: la colocación de plantas pequeñas al sistema eléctrico nacional para generar a corto plazo una dosis adicional de energía, según escribe Olgalinda Pimentel en el mismo diario 2001. “El sistema eléctrico nacional no posee suficiente capacidad instalada para cubrir un eventual aumento de la demanda en los años venideros”. Tampoco para los que aquí estamos, ahora mismo. Se trata de una curita en la emergencia. Es necesario, sin lugar a dudas, que se culminen las obras de Tocoma, que tiene dolo dos unidades operativas “desde que los contratistas argentinos abandonaron por falta de pago”. También La Vueltosa en el Uribante-Caparo. Y Planta Centro. Y Termozulia, ambas boquean a media máquina.
Podría decirse que se arrastra el mal desde hace mucho tiempo, que debió entrar en funcionamiento en 1987 el desarrollo Doradas Camburito de Uribante-Caparo. Que la licitación fue postergada hasta que el ministro de Energía Rafael Ramírez anunció la continuación del proyecto pero quedó en eso, en anuncio. Debe retomarse también Tayucay. Proyectos de esta envergadura no se hacen de un día para otro, por cierto, podría demorar su ejecución entre siete y diez años. ¿Para luego no es tarde? ¿Tardísimo? ¿Se piensa en el futuro o en el poder?
¿No es cierto que se habla de que el sistema eléctrico está a punto de colapsar desde hace al menos diez años? Sería más que guerra económica o eléctrica, con perdón del uso de la triste palabra, guerra avisada, eso sí. Los expertos han ofrecido charlas en las que han desglosado en márgenes porcentuales el consumo doméstico —siempre queda mal parada la plancha como el electrodoméstico que más consume energía— y en reuniones de vecinos, plazas, iglesias, escuelas y demás aforos se han dado a la tarea de hacer recomendaciones de ahorro. Apagar la luz de la estancia al salir, un grano de arena en el desierto.
Y hoy estamos aquí: en el punto en que a alguien a cargo se le prendió el bombillo fue para enredar. El diario 2001 publica un reportaje sobre la crisis del servicio el día 6 de marzo, apenas 24 horas antes del primer gran apagón nacional cuando la oscurana se enseñoreó; y que no digan que un gringo fue la fuente de información del tabloide, el soplón, porque sabía qué haría al día siguiente. Es que la advertencia no ha dejado de hacerse.
“Las últimas horas son una clara metáfora de lo que ocurre en el país”, diría Guaidó. Lo inhabilitaron por quince años. El inhabilitador inhábil será.