Venezuela Y Las Transiciones
Historia 20/09/2020 08:00 am         


La primera transición política sobrevenida en nuestro país tuvo como epicentro al general Juan Vicente Gómez, vicepresidente de la República que, al quedar encargado del Poder Ejecutivo por ausencia



En la actualidad, cuando se debate el tema de una eventual transición política que pudiera desencadenarse en Venezuela, siempre se invocan o toman como referencias o ejemplos, situaciones vividas en otros países y que algunas las consideran como paradigmáticas del tránsito de un Estado autoritario a un funcionamiento democrático pleno. Salen enseguida a colación las experiencias de la España del post franquismo, del Chile de la era posterior a Augusto Pinochet, de la situaciones vividas en los países de la Europa del Este, o en sur y centro América, y se pretende trasladar o extrapolar esas vivencias a la eventualidad de lo que pudiera suceder en el futuro inmediato del país. Sin embargo, quienes se inspiran o toman como punto de comparación estas lejanas realidades, desconocen u obvian que la historia contemporánea de Venezuela ha sido rica en ese tipo de situaciones, vividas en nuestro dificultoso siglo XX, y que constituyen una inspiración mucho más prototípica y sobre todo idiosincrática, al ser protagonizada por el propio pueblo venezolano, o en todo caso por actores políticos vernáculos, lo que les proporciona mayor pertinencia.

La primera transición, sobrevenida, por utilizar el término puesto hoy de moda, en nuestro país, tuvo como epicentro al general Juan Vicente Gómez, vicepresidente de la República, que al quedar encargado del Poder Ejecutivo por ausencia forzada de su titular, compadre y amigo de muchos años y muchas circunstancias, impulsó a partir del 24 de noviembre de 1908 una de las transiciones más incruentas y consensuadas de toda nuestra historia, donde liberales, conservadores, mochistas, curas, intelectuales, y los poderes foráneos aplaudieron el movimiento tendiente a poner fin a los desafueros del belicoso y atrabiliario mandatario, convaleciente en un hospital de la lejana Alemania. El hecho de que luego de consolidado en el poder Juan Vicente Gómez, deviniera en uno de nuestros más crueles y longevos tiranos, no puede opacar la verdad histórica de que su arribo al poder estuvo respaldado por una amplísima mayoría y por grandes expectativas de cambios progresistas y democráticos que se fueron disipando tras su ambición de poder. En diciembre de 1935, luego que el dictador culminara su prolongado transito terrenal, al heredero del poder, el general Eleazar López Contreras, le tocará orientar y tutelar otra transición ejemplar, donde con dosis adecuadas de mano dura y apertura, de concesiones y medidas de fuerza conducirá al país hacia un juego democrático activo, que luego profundizará su sucesor Isaías Medina Angarita.

La tercera transición, y quizás una de las más traumáticas y de polémicas consecuencias, la vive Venezuela entre 1945 y 1948, en el llamado trienio adeco, donde ese partido en combinación con jóvenes militares se consorcian para derrocar mediante un golpe de Estado, al culminante gobierno del general Medina, abriendo un tiempo, que si bien materializó la legítima y postergada aspiración colectiva de elegir a los gobernantes por voto universal, directo y secreto, también abrió paso a un proceso de duras y rudas confrontaciones, con pretensiones excluyentes, sectarias y hegemónicas de los bisoños gobernantes, que fueron generando los odios y atizando las pasiones desbordadas, la polarización y radicalización, que serviría de justificación para que los militares que se habían complotado con Rómulo Betancourt y su partido, decidieran echarlos del poder iniciando un periodo de larga y represiva dictadura militar que se prolongaría por casi diez años.

A partir del 23 de Enero de 1958, Venezuela conocería otra transición ejemplar, no exenta de asechanzas y riesgos, donde una amplia alianza de sectores políticos y sociales, no solo tumbará al dictador, sino que conducirán al país a un régimen democrático, desafiando y conjurando durante aquel difícil año conspiraciones y golpes militares, hasta asegurar que el pueblo se expresara y eligiera nuevo gobernante en diciembre de 1958. Particular mención, a pesar de no tratarse de una transición en el sentido exacto del término, hay que hacer, a la manera como la democracia enfrentó y saldó positivamente el tiempo de violencia desatado en Venezuela a partir de 1960. Cuando inspirados en el modelo castrista y bajo el avituallamiento cubano, la izquierda venezolana pretendió derrocar el naciente experimento libertario. Fue un tiempo violento y sangriento, donde las partes en contienda no ahorraron recursos a ratos brutales y terroristas, y donde al final la insurrección fue derrotada contundentemente en el plano político y militar, abriéndose un periodo de reflexión y ratificación, que permitió una reinserción ejemplar en la vida política, y donde las medidas de perdón, pacificación y rehabilitación, facilitaron la normalización de la vida nacional, sin traumas, ni heridas abiertas.

Y finalmente en 1998, con la llegada de Hugo Chávez al poder por la vía de los votos, luego de su chapucería militar del 4 de febrero de 1992, se produjo la última transición, en principio pacífica e incruenta, a pesar del verbo patibulario del candidato ganador, abriéndose un proceso aún inconcluso, que concebido por etapas ha devenido en un proyecto hegemónico, con pretensiones de poder a largo plazo, marcado por una confrontación y polarización de la población venezolana, cuya situación actual de su líder se constituye en elemento de incertidumbre y conjeturas sobre el futuro político venezolano, avizorando dentro de los cursos de acción probable, la experiencia de una nueva transición, que sería la primera del siglo XXI en Venezuela.







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