Música Francesa y Piano Mudo
Identidad 27/09/2020 08:00 am         


Dada la proverbial castellanización de los españoles, que suelen adaptar los nombres en inglés a su manera, nosotros recibimos la canción de Marlborough con el nombre de Mambrú



Por Eleazar López-Contreras

Lo cual era de esperarse, si tomamos en cuenta que a Walter Raleigh ellos lo llamaban Guatarralei


En Venezuela nunca se escuchó el Mambo de París, en el que Pérez Prado pronuncia una de las pocas frases que aprendió en francés: “Le bon, monsieur, le bon!”. El compositor puertorriqueño Rafael Hernández, tampoco dominó ese idioma; sin embargo, lo usó para salpicar un bolero suyo con palabras en francés. La inspiración le vino de un músico suyo en París. Al verlo bailar con una francesita, se dio cuenta que éste no entendía ni papa de lo que la chica hablaba, por lo que a todo lo que ella le decía, él le contestaba: “Oui, madame”. Así nació Oui, madame, cuya letra incluye palabras en francés como champagne y madame. La combinación con ese idioma también se dio en inglés. Nat King Cole cantaba “Darling, je vous aime beaucoup / je ne se pas, what to do” (Querida, yo te amo mucho / yo no sé qué hacer).

Si bien el tango es argentino y, tal vez, medio uruguayo, su popularidad se la debe a Francia. Su acogida fue favorecida por el extensivo uso del acordeón en ese país, lo cual facilitó su difusión. Por suerte también estaba el hecho de que Gardel era francés. Su apellido original era Gardés. Cuando el cantante visitó a su madre (Berthe) y a su tío (Jean) en Toulousse, le cantó a su abuela una canción de cuna francesa que él recordaba de su infancia en Buenos Aires: De chiffon… fon… fon / la petite marionette / de chiffon… fon… fon / dormant-rapide, c’est bon.

A través del disco pudimos conocer Cést si bon, Hojas muertas, La mer y La vie en rose. La música de esta última fue la base para una vieja cuña radial que decía: “Yo me río del dolor / tomando Cafenol…”. La vie en rose, fue un éxito inconmensurable en la voz de Edith Piaf, que después repopularizó Louis Armstrong. La letra es de la Piaf, pero la música es de un catalán de origen italiano, radicado en Francia. Su nombre era Louis Guglielmi (1916-1991), pero firmaba sus canciones con el pseudónimo de Louiguy. Este barcelonés también fue el autor del famosísimo Cerezo rosa, que fue un hit mundial del rey del mambo en 1955. C’est si bon (1950) fue un éxito en la voz de Eartha Kitt. Esa pieza la grabó la cantante en 1953, en un LP que traía su versión de Angelitos negros. En éste —más bien— “Sexi bon”, en el que el arreglo incorporaba un repetitivo corito (C’est bon / c’est bon), la cantante respondía con peticiones propias de una cocotte, pues iba hablando que ella buscaba a un millonario (Je cherche un millonaire) que la complaciera con una piel de armiño, un brillante o un Cadillac.

Hojas muertas tiene letra del poeta Jacques Prevert y La mer, que se remonta a 1946, ha sido tema de muchas películas. Su título y música parecieran estar inspirados en Debussy, cuya música, al lado de la de Ravel y de otros de sus paisanos, siempre ha estado presente en los ciclos de música francesa que ocasionalmente presenta la Embajada de Francia en Caracas. Dentro del silencio mediático local que caracterizó a esas canciones, en Caracas sonaron intensamente las del famosísimo cantautor, de origen armenio, Charles Aznavour, a quien Renny Ottolina presentó en su show. Aznavour no solo grabó en francés, sino que realizó cinco álbumes en alemán y ocho en castellano, que fueron su tarjeta de presentación en Venezuela. Sus posteriores grabaciones, a dúo con diferentes artistas, le abrieron muchas puertas; sin embargo, de esos discos ni siquiera se escuchó La bohéme, que grabó con Raphael.

La mamma, que fue un hit mundial en 1963, la versionó Germán Fernando en Venezuela. Del resto, entre nosotros quedaron Venecia sin ti, (Capri) C’est fini, Con y algunas otras con letras en español. Tal vez la canción francesa más conocida sea Malborough s'en vat-en guerre, que se convirtió en “nuestro” Mambrú, el que se fue a la guerra sin saber que volvería. La melodía de esta canción folklórica se remonta al siglo 15 y es la misma que los americanos cantan con la letra de For he’s a jolly good fellow; pero el “Mambrú” francés se remite al Duque de Marlborough cuyo nombre, simplificado, terminó siendo la marca de los famosos cigarrillos. Ese Duque era el invencible John Churchill, el primero de su estirpe, y la canción fue escrita cuando se corrió el falso rumor de que había fallecido en una batalla (Malplaquet) en 1709. El Duque retornó triunfal y la canción se popularizó aún más y saltó a España, de donde nos llegó a nosotros.

Dada la proverbial castellanización de los españoles, que suelen adaptar los nombres en inglés a su manera, nosotros recibimos la canción de Marlborough con el nombre de Mambrú, lo cual era de esperarse, si tomamos en cuenta que a Walter Raleigh ellos lo llamaban Guatarralei. Es muy probable que Mambrú recibiera un impulso en los tiempos afrancesados de Guzmán Blanco, y que comenzara a alternar con nuestras canciones infantiles y de cuna como Duérmete mi niño, Palomita blanca y Doñana. Naturalmente, la cancioncita no era cantada en francés; pero es sabido que, en esos tiempos, se hablaba de bibelot, chauffer, chiffonier y champagne, cuyo consumo favoreció Guzmán al rebajarle los aranceles.
Además del espumoso vino, cuya mayor importación la acaparó La Veuve Clicquot, de Francia también venían los bebés, pues los “encargos” los hacían las madres criollas a París, y de allá se los traía la cigüeña. Como muchos nombres, también la moda llegaba del país galo y es probable que entonces se cantara: Maniquí, maniquí / es la moda de París, lo cual venía de más atrás, pues durante el gobierno de Páez, que se inició en 1830, llegaban al país algunas revistas francesas y venían a la capital, a las casas de las mejores familias, una que otra cocinera martiniqueña, que hablaba el idioma galo, pues ya los criollos se habían familiarizado, y se familiarizaría más con el Caribe, a medida que avanzaba el número de guerreros criollos y luego, familias que conocieron el exilio en sus islas durante la Independencia y, sobre todo, después.
Dada la francofilia de esos tiempos, es un milagro que Guzmán no se haya firmado Antoine Guzmán Blanche, o que no haya decretado que el Himno Nacional también debía ser cantado en francés, porque todo el mundo se remitía a este idioma para lucir más chic. Esta palabra francesa, que significa feminidad, sencillez y balance en el gusto al vestir, fue la que luego fue sustituida por nuestro más punzante chipén que, a su vez, significa que todo está o luce muy bien.

Como en las recepciones guzmancistas abundaban las expresiones en francés, y la gente saludaba con un comment allez vous y se despedía con un au revoir, y hasta daba las gracias diciendo merci, los chascos podían ser grandes. Este fue el caso de una dama muy ignorante que, en un baile en la Casa Amarilla, escuchó que al tomar una copa de champaña de la bandeja, decían merci; como ella no quería champaña, para rechazar la copa, le dijo al mesonero: Mer no. En los salones, los bailes oficiales eran la quadrille o la contradance, y tocar joropos locos como los que Castro impuso en sus saraos, hubiese sido impensable, si bien se cultivaba el valse, que a partir de entonces adquirió formas elegantes. La contradance, que venía del country dance inglés, dio origen al danzón en Cuba y a nuestra danza, que en Maracaibo produjo La reina, pieza que Billo grabara como danzón. Como músicos y pintores ya tomaban el camino a París, allá fue a tener, becado, un pianista nacido en el comienzo del primer período de Guzmán Blanco. Se trataba de Redescal Uzcátegui. Nacido en 1871, en 1889 ya estudiaba en Francia. Para 1890, catorce artistas lo hacían en París, Nueva York y Caracas, pero él era el único de todos que lo hacía en el Conservatoire de Musique de Paris. En 1893, al regresar a Caracas, Uzcátegui dio unos muy bien recibidos conciertos en el Municipal, lo cual desató una verdadera redescalitis. Su popularidad solo sería superada, años después, por el Mocho Hernández.

El caso es que cuando el aprovechado pianista recibía una extensa cobertura mediática, y todo el mundo hablaba de él, ocurrió algo inesperado: la prensa casi no lo tomó mucho en cuenta. Su último concierto había sido un desastre, sobre todo por los demás músicos que intervinieron, que eran amateurs, menos Sebastián Díaz Peña. Parte del problema también era que, como él no tocaba de memoria, que era una costumbre recién instaurada por Lizst, no pudo improvisar ante el atroz acompañamiento de la orquesta. La prensa elogió a todos los artistas y al público, menos a él. El prometedor músico agarró una soberana tibiera, y a los pocos días se supo de la radical decisión que tomó, y que mantuvo el resto de su vida, lo cual dio inicio al chisme del momento, pues la gente decía en voz baja: ¡Redescal dejó el piano! Cuando ya el asunto era público, la gente repetía a todo volumen: ¡Redescal dejó el piano! ¡Redescal dejó el piano!







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